lunes, marzo 19, 2012

Cine y crisis



Crisis, una palabra de moda. No quiero hablar de películas pegadas a la actualidad financiera sino de películas de crisis personales. Partiendo de que en toda película con una narrativa clásica el protagonista pasa por varias crisis, hay cineastas que construyen su obra alrededor de grandes crisis personales. Crisis de valores, de convicciones, de identidad. Grandes películas sobre problemas esencialmente humanos, comunes a todos nosotros. Situaciones que a todos nos pueden pasar y que nos acercan misteriosamente a la película, a los personajes. Por ello son películas que se quedan con nosotros, personajes que volvemos a ver una y otra vez con el transcurrir de la vida.

Comenzaré con la más antigua: Amanecer (Murnau, 1927). Bellísima película expresionista cinematográficamente. Cada ángulo, cada recurso del montaje, cada composición, crea una sensación en el espectador. Una infidelidad y una decisión radical que llevan al protagonista a una gran crisis. Una lucha entre el bien y el mal simbolizados en dos ciudades y dos personas. El campo y la mujer que cuida amorosamente de su bebé son el bien; la moderna ciudad y la amante egoista son el mal. En medio, un hombre confuso, un hombre en crisis. 


El hombre cae en la tentación de la mujer de la ciudad y decide acabar con esos hilos que parecen esclavizarle y "cortarle las alas". Tiene momentos de duda, diálogos con la tentación, maravillosamente mostrados mediante sobreimpresiones. El hombre va a tomar una decisión drástica, lo planea todo. Un perro parece ser el único que pone en sobreaviso a su mujer. Ella empieza a temer en la barca. Y ante el temor de ella, el marido se arrepiente. Llegan a la ciudad donde ella intenta huir de su marido, tratando de explicarse lo que ha ocurrido. Él le pide perdón una y otra vez. Enfadado consigo mismo, arrepentido, intenta consolarla. Ella sigue confusa y dolida. Ambos deambulan por las calles, mudos. Llevan el drama a la gran ciudad. El perdón ante los hombres no parece suficiente. Es entonces cuando ambos entran en una iglesia donde una pareja contrae matrimonio. Y solo al ver un amor nuevo que trasciende lo humano, el marido comprende lo que ha hecho y se arrepiente de verdad. Solo con esa carga de trascendencia él se arrepiente y ella perdona. 


Pasean por la ciudad de nuevo. Esta vez ya no es un lugar malvado, sino una nueva oportunidad donde comenzar su historia de amor. Vuelven a hacerse jóvenes, a recuperar la alegría y el valor de su matrimonio. Un renacer a la vida y el amor tras una fuerte crisis. Tras haber vuelto a encontrar el sentido de su vida, sufre la muerte de su mujer. Pero ese amor verdadero provoca la "resurección" de la mujer. El amor ha salvado a los dos. El pueblo deja de parecer aburrido para ser un lugar luminoso. 

También Cal en la película de Elia Kazan, Al Este del Edén, está sumido en una profunda crisis. Su padre, Adam (padre de todos los hombres) parece no reconocerlo como hijo suyo, él interpreta ese papel que su padre le ha asignado. Una historia de dos hermanos, uno ejemplar y el otro rebelde y atormentado. Los hijos de Adán, Caín y Abel. La Biblia nos cuenta que Caín mató a Abel por celos, por la ofrenda perfecta que su hermano había hecho. James Dean intenta ganarse el favor de su padre. Tras descubrir que toda su historia es falsa, tras conocer a su madre que pensaba muerta, entra en una gran crisis. Abandonado por todos, sin el amor de un padre, de una madre, decide "gastarse su parte de la herencia".  Y al caer en todas las miserias decide volver al padre, como un hijo arrepentido. El hijo pródigo vuelve a casa, a sus orígenes, donde su hermano Aron siempre había permanecido. Y el hijo mayor se pregunta cómo ese pecador que abandonó a su padre es tratado mejor que él, que siempre estuvo a su lado. Pero el hijo desaparecido se encuentra ante su propia incapacidad para hacer el bien y la crisis estalla. 


Abel (Aron) muere, Caín lo mata al mostrarle, en un ataque de ira e incomprensión, las mentiras de su padre. Pero Cal queda expulsado del paraíso. Lejos de su padre, solo de nuevo. Cal no puede volver a la paz hasta saberse perdonado por su padre, hasta saberse querido por sí mismo. Y el amor vuelve a curar, a superarar la crisis. 

La película de Terrence Malick, El árbol de la vida, es quizás una de las películas más esperanzadoras ante una crisis personal. Jack (Sean Penn) se despierta tras haber soñado sobre su pasado. Ese sueño turba todo su día. En el trabajo recuerda a su hermano muerto en el pasado, habla con su padre a quien parece culpar de lo sucedido. Su día queda marcado por la duda, una revisión a su vida. Levanta el pensamiento a Dios, su memoria se pierde en retazos de su vida. La muerte de su hermano supuso una gran crisis familiar de la que parece no haber salido. Pregunta a Dios por su sufrimiento, Jack se plantea el sentido de su existencia, los porqués de su vida. Y Terrence Malick consigue mostrar esas crisis profundas en que uno comienza a dudar de todo: sus acciones, sus relaciones personales, su familia, la existencia de Dios, el porqué del mal, la esencia humana en comparación con la grandeza del universo. Y Dios parece responder a Jack. Le hace entender que somos solo una parte ínfima de la creación. Una creación llena de misterios y dotada de una gran belleza. El hombre el rey de la creación.


Entonces, como en pinceladas, Jack recuerda algunos momentos de su infancia. Desordenados, impresiones sensoriales grabadas en su imaginación. La película se centra en la relación de Jack con su padre y en el paso a la primera madurez del niño. Los enfrentamientos con el padre se intercalan con momentos de contemplación de la vida familiar y momentos de paz, casi angelicales, que tienen como protagonista a la madre. Los personajes hablan con Dios, le preguntan por el significado de sus vivencias, le agradecen sus dones y le piden ayuda. El niño mayor comienza a darse cuenta de que puede ser protagonista de sus historia, y ve como dañiño el control paterno. Busca la tentación, como cualquier niño en su despertar a la madurez. Pero aunque Jack actúa, también observa. Son magníficas las escenas en que el padre abraza a su hijo con infinito cariño y éste se halla confuso entre el amor que ha de tener a su padre y el odio que comienza a germinar en él.


Malick consigue detener mil y un detalles típicos de cada familia. Sin necesidad de grandes dramas ni tragedias, la vida de esta familia es la nuestra. No recuerdo ninguna película que consiga captar tanto de forma tan sencilla. El comienzo muestra una familia envidiable, parece que todo es bello, a pesar de los pequeños celos entre hermanos y las gamberradas de los chicos. Pero vemos que son una familia como cualquier otra. Sufrimos por el comportamiento del padre, pero le entendemos. Hay dos escenas en la película que dejan sin respiración. Una es el momento en que Jack se acerca a su padre que arregla el coche. Justo antes hemos oído las oraciones del chaval: "Ayúdame porque hago cosas que no quiero hacer. Ayúdame a no contestar mal a mi padre, a querer a mis hermanos". Y en medio de sus oraciones oye a su padre. "Haz que se muera". Jack se acerca a su padre, al gato que levanta el coche. Y tememos lo peor.


También nos hiela la sangre la escena de la discusión en la cena ante la mala contestación del hermano mediano. Sabemos que no va a suceder nada trágico, pero nos vemos en ese comedor. Comprendemos a nuestros padres, a nuestras madres. Recordamos peleas en nuestra casa, pequeñas insolencias de los niños. Los problemas de esa familia son los problemas de cada familia. Pero Dios está presente, y quizás por eso todo parece tener un sentido y una belleza intrínseca. Esa crisis de la madurez acaba con la inocencia del chaval y parece marcarle para siempre.

Dios continúa explicándole a Jack adulto el sentido de la vida y qué es el hombre para Dios. El final de la vida resulta majestuoso: Una visión del fin del mundo, de la resurreción de los muertos. Jack se reencontrará con toda su familia, ya no importarán los sufrimientos, el perdón será posible y sincero. Su padre le abrazará, y su hermano mediano muerto no le culpará. Jack comprende que los sufrimientos de la tierra no son nada comparados con la alegría del final. Su crisis de personalidad ya de adulto parece encontrar una luz, un sentido, algo hacia donde dirigirse. Es quiezás como ese dinosaurio del comienzo que parece que va a acabar con la vida del otro. Solo aprieta y se aleja, mirando hacia ese río que no deja de fluir. Sean Penn ya puede sonreír de nuevo.

lunes, marzo 12, 2012

He visto la cara de Dios, y sonríe.

No, la muerte no es algo extraño al cine. En gran parte de las películas el héroe ha de morir para que su vida tenga un final dramático. Y si no es el protagonista quien muere, es su amigo, pareja, hijo, padre, etc. Hay muertes de inocentes que sirven de catalizadores, hay muertes de amigos que sirven de redención, hay muertes de malvados que funcionan como castigos, hay muertes de héroes que se convierten en catarsis y purificación. No, la muerte no es extraña al cine. Pero, ¿y la muerte como protagonista, como actor?
Retomo este post a medio escribir y pensar después de haber visto El árbol de la vida y Melancholia. Y de volver a ver Alumbramiento de Victor Erice. Después de una clase sobre iconología donde han salido mil elementos, ideas, películas y personajes que llevaban una temporada paseando por mi cabeza sin querer unirse ni saltar al lenguaje escrito. Las lanzo para que una vez ya en el papel (en la pantalla) no se hagan las vagas y comiencen a moverse: O Brother, guadañas, parcas, hilos y relojes. Frankenstein, bebés y una partida de ajedrez. Sokurov, Bergman y Dreyer. Retomo el hilo de pensamiento de hace unas semanas al que uno un cabo esperanzado por las nuevas ideas y por el anuncio de un niño a punto de nacer justo tras ver el corto de Erice.



Pensaba en la película O Brother! Ya hablé de ella, desde el fondo del perdón, dejando pendientes los temas visuales. ¿Cómo no descubrir ahí a esa muerte que merodea, que persigue? Va siguiendo a los protagonistas, implacable.


Viene del mismo infierno, del Hades, donde solo hay fuego y odio. Viene siempre con su Cerbero. Y no deja de seguirles hasta poner a los personajes al otro lado de la Laguna Estigia. Allí esperan las Parcas, ciegas, preparadas para cortar el hilo de sus vidas.


Los hilos que separan la vida y la muerte cuelgan de un árbol. La muerte les ha seguido constantemente, sin perderlos de vista. Controlando cada segundo de sus vidas.

La muerte juega con los hombre, se acerca con la guadaña, los vigila de cerca, se hace el encontradizo, se presenta en el camino, se acerca y se aleja. Nos reta como en El séptimo sello de Bergman saliendo siempre vencedora. Pero la muerte puede ser cruel (ese baile terrorífico de Melancholia) o amable (como ese otro baile de la obra de Bergman) o estrambótica y sin sentido (la marcha-danza nocturna en La dolce vita)

La muerte de Bergman, la muerte de Dreyer en Ordet, coge a las personas y las lleva a otra parte. Van danzando a otro lugar, tal vez incierto, pero a otro lugar. Aun en el Hades, las almas permanecen. Y en algunos casos regresan al mundo de los vivos. Orfeo bajó a los infiernos a rescatar el alma de Eurídice (Disney mandó a Hércules allí abajo a por Megara). Lot parecía estar a punto de salvar a su mujer cuando esa re-visión de lo que dejaba detrás la convirtió en una estatua de sal. Ese querer comprender, conocer, los secretos de la muerte, sus caprichos, no dan lugar a la esperanza de una salvación.



Jack en El árbol de la vida de Malick mira atrás continuamente. Intenta buscar explicaciones en su padre. Ese padre que parece querer controlar cada segundo de la vida de sus hijos desde el ático. Jack convierte a su padre y a su hermano en una estatua de sal. Pero hace un segundo viaje a la Laguna. Es más bien, arrebatado a ese lugar. Es llevado a re-visionar su vida hasta mucho más atrás, hasta los mismos orígenes del mundo. Y es ahí donde descubre que la muerte continúa su danza después de esta tierra.

Ya lo decía Jorge Manrique tras la muerte de su padre. Y lo han dicho muchos otros. También en el cine:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
  qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
  e consumir;
  allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
  e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
  e los ricos.



Este mundo es el camino
para el otro, qu'es morada
  sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
  sin errar.
  Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
  e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
  descansamos. 




Jack (Malick) parece decir que él ha visto la cara de Dios ("Grace"), y sonríe.

"Estoy sediento del Dios
que da la vida." Salmo 41.

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