Tengo un amigo que tiene un olor característico. Debe ser el único de mis amigos y compañeros que usa esa colonia (tengo que preguntarle cuál es). De vez en cuando, en las situaciones más variadas, caigo cerca de alguien que huele exactamente igual que él, entonces la mente, la memoria, empieza una carrera hacia el pasado y saca todas las imágenes y sonidos relacionados con ese olor. Al principio le cuesta localizar las secuencias de la gran bobina de mis recuerdos, pero en seguida se enciende la bombilla del proyector y una secuencia de montaje aparece en la pantalla: aquel rodaje en el plató, esa conversación bajo el sol con un Ipad, un café de avellana espolvoreado de momentos amargos, un gesto para colocar el flequillo en su sitio... Mi memoria vuelve a proyectar siempre en imágenes y sonidos, en material audiovisual. Hay veces también en que un decorado, un paisaje, me trae escenas que allí sucedieron. Un paseo en coche por ese lugar mientras hablábamos de las amistades de guerra, una conversación en aquel banco, una espera frente a aquella tienda, un enfado en una parada de autobús. Pienso que la película de Malick, El árbol de la vida, está montada como el pensamiento humano: fogonazos de memoria, imágenes sueltas, conversaciones a raíz de un lugar, de un personaje. Porque aunque para narrar solemos utilizar el orden cronológico, la memoria compone versos libres. Pero me estoy yendo lejos, porque no sé nada de psicología ni es de lo que quería hablar, no vaya a ser que acabe dudando incluso de mi propio nombre.
¿Cómo recordamos a los egipcios? De perfil. ¿A Luis
XVI? En color pastel y con peluca. ¿Y a Hitler? En blanco y negro.
Quienes hemos visto decenas de películas bélicas anteriores a Ryan y
quienes lucharon en Vietnam, coloreamos las batallas con la escala de
grises, incluso esas películas más recientes rezuman esas tonalidades
grisáceas. Los gangsters se esconden bajo el ala del sombrero mientras
dejan entrever un fusil gris entre los grises pliegos de su abrigo negro
y sus zapatos se acercan al charco negruzco junto a su última víctima.
El arte nos facilita conocer el pasado por sus representaciones. El cine
y la fotografía dan un salto, grabando imágenes más cercanas pero
tiñéndolas de blanco y negro. El cine crea en mi mente imágenes del
mundo, pero ¿y cuando es el propio mundo el que crea imágenes del cine?
No sé si es algo común, supongo que el dedicarse al cine influye, pero
en mi cabeza hay vivos recuerdos que no proceden del mundo sino de la
pantalla.
En estás últimas vacaciones me he encontrado, sin quererlo, con grandes momentos del séptimo arte. Lo primero que me hizo caer en esto fue un paseo en barca por la Albufera de Valencia. Ya en la barca, que podía ser impulsada mediante una pértiga, nos desplazábamos entre estrechos pasillos de altos juncos. Había patos, el agua lanzaba destellos al reflejar el sol del atardecer, la barca se desplazaba sigilosamente, como escondiéndose. Y pensé que ya había estado ahí, pero con sol del mediodía. Pero en mi recuerdo las palabras, consejos e indicaciones no eran en valenciano, sino en italiano. Porque yo no había estado en esa barca, habían sido mis camaradas de la resistencia italiana en el último episodio de la película de Rossellini, Paisa. Y cuando vi atardecer allí mismo pensé que era un momento digno de El árbol de la vida o incluso de Apocalypse Now si entre tanto junco hubiera habido alguna palmera o un helicóptero sobrevolando las aguas con Wagner de fondo. Al acercarnos a la orilla y comenzar a saltar fuera de la barca vinieron a mi mente aquellos chiquillos que asustados huyen por el río y se refugian entre vacas. Ya al salir, vi una pequeña balsa hecha con gavillas de paja y me acordé de magnífica Amanecer de Murnau.
Recordé que unos días antes había visto unas fotografías de mi hermana en su viaje por Europa y estuve a punto de llamarle para explicarle lo que se había perdido. Vi una foto de ella y sus amigas en Viena junto a la gigantesca noria donde Harry Lime explicaba a Cotten su comparación con las hormigas. Subieron a esa noria sin conocer aquella intensa conversación. No sé si se fijaron en la placa que recordaba tan memorable suceso (si no hay una placa así, debería haberla). Sé que estuvieron también en la ópera donde sí hay una placa que recuerda a Mozart, pero ¿habría también otra que recordara a Wolfie y al hombre de la máscara doble? En Salzburgo no subieron al mirador donde fräulein Maria enseñaba la escala a los niños del general. En Milán no vieron a los mendigos de De Sica que sobrevuelan la ciudad en escoba. En Berlín no estuvieron, ¿pero qué más da si seguramente no hubieran tratado de encontrar a Bruno Ganz sentado en la escultura dorada?