miércoles, enero 02, 2008

Lolek



Los azules ojos de Lolek saltaban de persona en persona con rapidez. Estaba muy nervioso, no podía seguir callado.
Sus amigos bromeaban, ausentes a la batalla interna que se debatía en aquel momento entre el corazón y la mente del joven Lolek. Miraba a cada uno de aquellos chicos y trataba de imaginar sus reacciones. Estaba convencido de que los chicos callarían, sorprendidos, mientras las chicas se pisotearían las palabras unas a otras, tratando de dar su opinión.
Se habían reunido para ensayar la siguiente representación teatral. Querían hacer un cántico a la libertad y a la cultura polaca. Su amada patria no desaparecería bajo la bota del invasor. El teatro rapsódico vencería al odio de los nazis, sin otra arma que las palabras. Svider observaba a Lolek. ¿Qué le pasaba? Nunca le había visto tan silencioso cuando fraguaban una nueva obra. Aquella imagen del joven, sentado como ausente, con los brazos reposando en las rodillas, no era usual en él. Y ese silencio… ¿En qué estaría pensando?
Lolek levantó la mirada de las palmas de sus manos y comenzó a repasar de nuevo los rostros de sus amigos. Sus ojos se cruzaron con los de Svider. Karol descubrió su semblante lleno de interrogantes. ¡No podía escapar al agudo ingenio del bueno de Svider!
Había llegado el momento de contárselo. Comenzó a incorporarse, hasta que su vista chocó con el crucifijo que colgaba de la pared del ático. Jesús le contemplaba sereno desde la cruz, los brazos abiertos al mundo entero como Víctima y Sacerdote. Sacerdote...
-Voy a ser sacerdote –musitó Karol, con la mirada todavía en el crucifijo.
Las voces del grupo de jóvenes se fueron apagando. Lolek se sentía observado.
-Comenzaré las clases en el seminario clandestino. Ya he hablado con el cardenal Sapieha.
-Karol, sólo tienes veintidós años. ¿Cómo vas a desperdiciar toda tu juventud, tus posibilidades dramáticas? –le echó en cara una de las actrices.
-San Juan era un adolescente cuando lo dejó todo por Cristo.
-¿Lo has pensado bien? -añadió Svider.
Ante el gesto afirmativo de Lolek, prosiguió:
-Soy judío, pero entiendo que Dios te pueda llamar al sacerdocio. Me alegro por ti.
Karol sonrió. Svider nunca le fallaba.
***
La sonrisa de Karol turbó a Svider. Hacía apenas unos minutos que había abrazado a su viejo amigo Lolek después de muchos años. No podía creer que estuviesen paseando por los jardines pontificios.

Historia: María del Rincón Yohn en Excelencia Literaria

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