viernes, enero 02, 2009

Zambullida. Microrrelato


Mi hermano Joe siempre ha sido un fuera de serie. Y cuando digo siempre, digo siempre. Nueve meses flotando en líquido le parecieron poco. Ha querido ser submarinista desde antes de nacer. Pero no un submarinista cualquiera, no. Él quería llegar hasta el Titanic sin bombona de oxígeno.
Entrenaba en la bañera de mis padres. La llenaba hasta el borde con agua congelada y se zambullía. Cada día aguantaba más sin respirar. La víspera de Navidad, estuvo dos horas y veinte minutos sin sacar la cabeza. El día de año nuevo, invitó a toda la familia para que presenciaran su nueva hazaña. Se había propuesto resistir al menos seis horas. Nos reunimos todos en el baño. Yo cronometraba. Mi padre sacaba fotos y mis abuelos le animaban con unos banderines.
Después de las tres primeras horas, trajimos el televisor al baño. Pusimos Lo que el viento se llevó. “Nunca volveré a pasar hambre”.
- ¿Quién tiene hambre? Voy a pedir unas pizzas. ¿Joe querrá una? ¿Joe?
- Creo que no respira- dije mirando a mi padre.
- Siempre fue un fuera de serie.

Una foto en blanco y negro. Relato corto

- Dame uno, muchacho.

El niño, pálido como si nunca antes hubiera visto el sol, se alejaba calle arriba agitando los periódicos sobre su cabeza. Parecía que en cada zarandeo saldrían rodando un par de letras orondas de titular.

Abrí el noticiero y comencé a pasar las hojas con viveza. La tinta, aún caliente, dejó su huella en mis manos.

Levanté la vista al grisáceo cielo tratando de encontrar el sol del que sólo se intuía un brillo mortecino tras una nube de nácar. Una gaviota eclipsó el débil fulgor.

Dos viejos jugaban al ajedrez en un banco. Uno de ellos levantó sus ojos de color azabache cuando pasé a su lado. Crucé el paso de cebra y sorteé un remolque lleno de brea. Paddy me saludó desde el café. Llevó la mano al bolsillo de su arrugado esmoquin blanco. Se encendió un cigarro y recogió la escoba. Su negra voz se estaba dulcificando. Ahora sólo barría.

Cerca del muelle, las notas estampadas en una partitura rebotaban contra los adoquines. Un deshollinador chocó contra mí.

- ¡Lo siento, señorita!- gritó sonriente mientras se alejaba corriendo.

La manga de mi níveo uniforme guardó su recuerdo. Las orondas letras de imprenta echaron a correr por la calle huyendo de mi periódico. Bailaban y hacían piruetas. Las reprendí. “No está bien que unas letras se comporten de esa forma. Volved aquí ahora mismo”.

NUESTROS HOMBRES DE VUELTA A CASA

Trompetas, tambores y confeti. Un marine corrió hacia mí. Sus ojos azules se clavaron en mi carmín. Paddy sacó su armónica.

Un periodista sonrió con picardía y nos apuntó con su cámara. El fogonazo pulió los blancos de mi uniforme.

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