jueves, diciembre 25, 2008

martes, diciembre 23, 2008

The income tax. Propaganda de Disney

Durante la 2ª Guerra Mundial, Disney se dedicó a la propaganda antinazi. Sus cortos, protagonizados frecuentemente por el pato Donald, animaban al espíritu patriótico y al enaltecimiento de la democracia y al odio hacia los nazis y japoneses.

jueves, diciembre 18, 2008

Una lección genial


Hay profesores que se mojan, hasta el fondo, por sus alumnos. Lo más importante deja de ser la materia, para ser cada persona. Quieren que cada uno mejore, que cada uno luche. Y tienen fe en que esos muchachos llegarán lejos, pondrían la mano en el fuego por ellos.

Por suerte, tengo uno de esos profesores. Quiere sacarle partido a cada palabra que dice. ¡Piensen, piensen! Porque lo que le importa no es que aprobemos sino que saquemos matrícula de honor como personas. Y el último día lo dice muy claro.

Os animo a que peleéis por conseguir vuestra voz. ¿Y eso cómo se hace? Con convicción, con criterio, con amor a la verdad, con saber reconocer cuando os equivocáis, con saber reconocer al enemigo cuando tiene razón y, en definitiva, no instalándoos en la comodidad sino peleando por cambiar.

No quiero que os quedéis con una imagen deprimente, lo que quiero decir es que todo esto de aquí, todo de lo que hemos hablado, tiene solución y la solución está en vosotros. No del todo, puede ser, pero sí en gran medida.

Tenéis que conseguir ser gente de criterio, gente de convicciones. Gente que se empeña en la argumentación y que no soltéis un sofisma. Porque, en definitiva lo que necesitamos ahora en el siglo XXI es personas que sean capaces de cambiar el mundo para bien, para mejor, para que sea cada vez un mundo más justo, para que sea cada vez un mundo mejor donde triunfe el bien, la verdad y la vida.

Así que si os ha quedado claro, nos vamos.

martes, diciembre 02, 2008

Hay que conocerlos


Me gustan las personas que consiguen desconcertarme. Esas que nunca sabes en qué piensan o cuál va a ser su siguiente paso.
Les miro y me quedo embelesada, mirándoles como una idiota con los ojos y la boca bien abiertos. En mi línea cinematográfica, pienso: "Cuando haga una película, meteré a un personaje así." Pero luego me doy cuenta de que es imposible. ¿Qué dirían? ¿Cómo actuarían?
En el mundo hay millones e personas, muy distintas. De vez en cuando, hay alguien que sobresale del resto(si Leti, son esas personas a las que me refiero). Personalidades que darían de qué hablar durante siglos.

F es una poeta. No sé si son sus ojos o su cerebro, pero ella ve la realidad de forma distinta que el resto de mortales. Le da igual: un mosquito, un africano con zapatos blancos, sus viajes de infancia en una furgoneta-cuarto de estar... A todo le saca lo poético, lo hermoso. Se emociona con un detalle minúsculo. Se le pone la piel de gallina con cada historia, aunque sea una nimiedad.

J es mi profesor. Es un "friki" buscasetas montañero con alma, y pluma, de escritor. Cuando le conoces piensas que ya conoces todo de él. Hasta que un día da un giro radical y se enternece leyendo un relato de un niño. ¿Que se enternece? Sí, a su manera, pero se enternece. Nos lee con detenimiento y llega hasta el fondo.
- Tú lo que querías era enseñar... -dice con su voz profunda de sabio paciente. Y es el turno del alumno de quedarse pegado a la silla irradiando luz roja de tus mejillas.

-¡Brillante! ¡Es usted brillante! ¡Escalofriante! -grita G.
Grita, chilla, pero no está enfadado. Sólo que él es (en palabras suyas) vehemente. En clase da cinco vueltas a la mesa mientras se presenta. Me lo imagino dando un salto estilo Tarzán, encaramándose a la mesa. Luego se colocaría bien el traje (es todo un señor) y gritaría:
- ¡Señores, hay que darle a la esponjita que tenemos en la cabeza!

M parece un dibujo animado. Ve la facultad en Technicolor. Anda encorvada, abrazada a su carpeta. Te mira de reojo, da un gritito curvando las cejas, un salto y se encamina hacia ti. "Eso no es cierto y, además, es falso" diría ella.

No sé si tendréis la suerte de conocer a gente así. A mí cada vez se me ocurren más cosas que contar y más personas de las que hablar. Pero siento que es inútil.
Es imposible describirlas, hay que conocerlas.

lunes, diciembre 01, 2008

Lo prometo

Internet está lento, muy lento. Además tengo que marcharme. ¡Yo que había planeado hacer una entrada en condiciones! He tenido reunión (queda muy bien decirlo) y estoy en plena crisis de futuro. En diez días decido dónde marcharme el año que viene.
¿Texas? ¿Stirling? ¿Cuántos exámenes se supone que tengo que hacer? Yo sólo quiero marcharme.
Bueno, como veis tengo la cabeza en otro sitio, de hecho no sé si sigue sobre mis hombros.

Desde aquí os prometo, por lo menos, una entrada en poco tiempo. Tengo algo ya escrito. Cada día me doy cuenta de que hay mucha gente estupenda que daría mucho de qué hablar. Y también he encontrado unos vídeos geniales. ¿He conseguido intrigaros?
Hasta pronto

martes, noviembre 04, 2008

Whoever saves one life, saves the world


LEVARTOV We’ve written a letter trying to explain things. In case you’re captured.


SCHINDLER Thank you.
(Stern steps forward and places a ring in Schindler’s hand. It’s a gold band, like a wedding ring. Schindler notices an inscription inside it.)

STERN It’s Hebrew. It says, ‘Whoever saves one life, saves the world.’

SCHINDLER (to himself) I could’ve got more out …

SCHINDLER (to himself) I could’ve got more … if I’d just … I don’t know, if I’d just … I could’ve got more…

STERN Oskar, there are twelve hundred people who are alive because of you. Look at them.

SCHINDLER If I’d made more money …I threw away so much money, you have no idea. If I’d just …

STERN There will be generations because of what you did.

SCHINDLER I didn’t do enough.

STERN You did so much.

SCHINDLER This car. Goeth would’ve bought this car. Why did I keep the car? Ten people, right there, ten more I could’ve got. (looking around) This pin -
(He rips the elaborate Hakenkreus, the swastika, from his lapel and holds it out to Stern pathetically.)

SCHINDLER Two people. This is gold. Two more people. He would’ve given me two for it. At least one. He would’ve given me one. One more. One more person. A person, Stern. For this. One more. I could’ve gotten one more person I didn’t.

SCHINDLER They killed so many people … (Stern, weeping too, embraces him) They killed so many people …

domingo, junio 29, 2008

Thomas Valence


Thomas recorría las callejuelas dirigiéndose al puerto. Sus chapines de cuero rechinaban sobre el irregular empedrado repleto de pequeños charcos. Las calzas marrones hasta la rodilla dejaban entrever sus pálidas y flacuchas piernas. Una camisa blanca de algodón y un chaleco de lana eran su único abrigo. Una gorra a cuadros cubría su cabeza y recogía su lacio flequillo que siempre escapaba del lazo añil. El alargado macuto con sus escasas pertenencias que llevaba al hombro estaba custodiado por Baxter, el pajizo setter irlandés que siempre acompañaba a Thomas.

El grisáceo cielo londinense amenazaba con descargar miles de gotas en breves instantes. Thomas alzó la cabeza y despreció ese insignificante problema. Desde 1796 ningún barco había quedado en tierra por una tormenta. Recordaba perfectamente aquel aguacero de dos años atrás. La lluvia azotaba con fuerza los cristales de la habitación del orfanato y el viento ululaba enfadado. Varias ventanas se hicieron añicos, sobre todo las orientadas al norte. Los chiquillos lloraban y chillaban, mientras que los mayores como él trataban de poner todo en orden y tranquilizar a los pequeños. Pero aquello quedaba ya muy lejos, ahora era un hombre de verdad. Llevaba dos meses fuera del orfanato. Los 21 años habían supuesto la salida de Cranton Children House y una libertad que nunca había conocido hasta entonces.

Ahora que podía elegir, tenía ganas de conocer algo más que las cercanías del Támesis. No conocía ni siquiera otras zonas de la ciudad. Siempre había estado en el mismo ambiente, con el mismo hedor producido por el río que parecía putrefacto. Incluso en la herrería donde trabajaba se percibía ese olor. Ya era hora de cambiar su suerte. Nunca volvería a vagabundear por las calles buscando un sitio cubierto donde pasar la noche. Nadie volvería a mirarlo con desprecio. Llegaría al nuevo continente y se haría rico con el oro que aquellas lejanas tierras escondían en su interior. La gente lo envidiaría y no volverían a juzgarlo por su ajada camisa o su afilado mentón con barba de dos días.

Las gaviotas chillaban sobre su cabeza y Baxter comenzó a ladrarles. El bullicio del puerto llegaba hasta sus oídos. Tras atravesar dos calles por fin alcanzaron su destino. La gente corría agitada de un lado a otro. Hombres con brazos más anchos que su macuto cargaban pesados fardos en el gigantesco buque atracado en el muelle. Viejos marineros experimentados subían al navío con la mirada perdida en la lejanía. Otros, más jóvenes, se despedían calurosamente de sus familias. Las mujeres lloraban y agitaban sus pañuelos. Los niños reían, hipaban o jugueteaban entre las piernas de los adultos. Las mercancías que iban introduciendo en el barco eran de lo más variado: comida, animales, materiales para cavar y cribar, barriles y cofres de mil tamaños.

Al pie de la rampa del barco un hombre de cana barba cerrada controlaba todo. Sentado sobre un pequeño taburete apuntaba todo lo que se cargaba. Thomas se acercó decidido al hombre de la rampa.
- Buenos días. Quisiera enrolarme- dijo el joven con altivez.
- ¿Edad?- increpó el hombre sin levantar la vista de los papeles.
- 21 desde hace dos meses.
Ante aquella respuesta llena de orgullo el hombre levantó la mirada hacia Thomas con picardía y desdén. El muchacho fijó sus ojos en los del hombre y descubrió, con desagrado, que tenía un ojo de cristal. Levantó la mano con que sujetaba la nívea pluma y se la pasó por la cabeza ya con escaso cabello.

- Amiguito, ¿crees que puedes presentarte aquí como si nada? No vamos a dar una vuelta por el mar, vamos al nuevo continente. Es un viaje largo y duro, no necesitamos mocosos sin experiencia. Las niñitas se quedan en tierra con sus mamás.
- ¡No tengo madre!- le increpó Thomas dando un puñetazo a la mesa- Y no soy una niñita.
- ¡Vaya! Parece que la nena tiene carácter. ¿Nombre?
- Thomas. Thomas Valence.
- Bien. Sube. Pero te lo advierto, el capitán no se enternecerá con tus cobas. ¡Ah! El perro se queda en tierra.

Thomas miró con disgusto a Baxter pero, cuando éste le siguió hacia el barco, se giró y lo ahuyentó. No es que el chucho no le importara, pero comprendía que era el momento de la despedida. Mientras el perro se adentraba entre la multitud, Thomas comenzó a subir por la rampa sintiendo el crujir de la madera bajo sus pies. Cuando pisó la cubierta descubrió un nuevo mundo. Se acercó al palo mayor y desde allí miró hacia arriba. Algunos hombres colgados en la botavara desplegaban las impolutas velas bajo la atenta mirada del vigía de la atalaya.

El barco zarpó unas horas después. Cuando por fin salieron al mar, el olor a salitre sustituyó al rancio hedor del Támesis. Las gaviotas revoloteaban entre la mesana y el palo mayor llenando el aire con sus alegres chillidos. Los marineros comenzaban a divertirse mientras no hubiera órdenes. Thomas escrutaba tímidamente al resto de la tripulación. La mayoría eran viejos hombres de ánimo disciplinado y rostros curtidos. Un joven de unos 17 años arreglaba unos viejos cabos sentado a horcajadas sobre la barandilla del castillo de popa. Thomas se acercó a él dispuesto a trabar relación. Cuando se hubo acercado lo suficiente reparó en que junto al chico de los cabos descansaban sobre la cubierta unas muletas de madera cuarteada. El chico estaba tullido.
- ¿Fue un tiburón?- preguntó Thomas con fascinación.
- Mi madre estaba enferma cuando yo nací- respondió el chico frunciendo el ceño.
- Perdón. Pensé que… Me llamo Thomas.
- Yo Ismael. ¿Puedes ayudarme? Acércame el cordel. ¿Es la primera vez que navegas? No tienes muy buen aspecto. ¿Necesitas algo?

Ismael era un chico atento y hablador. Desde aquel momento lo hacían todo juntos. En varias ocasiones esa amistad les supuso algún castigo. Cuando Thomas descuidaba sus encargos por hacer un rato de compañía a su nuevo amigo, era duramente reprendido. Pasó muchas tardes subido a la botavara. Largas horas de soledad allá arriba para corregirle. Pero él aprovechaba para soñar con el Nuevo Mundo y los tesoros que allí encontraría y compartiría con Ismael. Además solía subir con una libretilla que llenaba de trazos gruesos imitando distintas escenas del barco, tormentas, amaneceres…

Tras varios meses de navegación llegó el día tan esperado por todos. El vigía despertó a los tripulantes con un “¡Tierra a la vista!”. Thomas se abalanzó escaleras arriba dejando a su amigo en el camarote. Consiguió salir el primero a cubierta. Corrió nervioso y subió las escaleras del castillo de proa. Se agarró a la jarcia que estaba justo sobre el mascarón y entrecerró los ojos para poder enfocar con más claridad.

En la lejanía vio una enorme masa del verde más brillante que jamás había contemplado. Los árboles se extendían más allá de donde alcanzaban sus ojos. Las olas acariciaban la costa con ternura. Se escuchaban aves graznar hermosamente, incitándole a lanzarse al mar para llegar en cuanto antes. El oro que aquella tierra escondía estaba esperando unas manos que lo sacaran. Esas manos serían las de Thomas y justo a su lado estaría Ismael, apoyado en sus muletas.

jueves, mayo 15, 2008

A través de los montes


- Pide un deseo y sopla.

Irene sonrió, cerró los ojos y sopló con delicadeza la titilante llama de la torcida y desvencijada vela azul. Una vela por la que Francisco había sacrificado un paquete de cigarros. Pero era el cumpleaños de su mujer y cualquier privación resultaba insignificante.

- Ya sé que no es lo máximo pero… Feliz cumpleaños – musitó Francisco.

Su voz inundó la cabeza de Irene. Recordó la margarita que le había regalado un Francisco cubierto de pecas y con pantalón corto. La rosa que le envió dos años atrás y los guantes del septiembre pasado. Unos guantes que aún conservaba tal y como los recibió. Incluso guardaba la cajita aterciopelada que había ocultado Francisco en el interior. Se acordó del mareo que le invadió al encontrar la cajita, de cómo había llorado y contestado sin dudar: “Claro. ¿Por qué has tardado tanto en pedírmelo?”.

Ese cumpleaños era distinto. Ya no había tarta, ni regalo, ni luz. En aquella pequeña habitación interior hacía tiempo que no entraban los rayos del sol. Las colchonetas, dobladas por la mañana, les servían de asiento y un cajón de madera pálida cumplía la función de mesa. Sí, no era el mejor cumpleaños de su vida. Llevaban dos meses escondidos en aquel ático de Madrid y la situación parecía no mejorar. El bullicio de las calles llegaba hasta el quinto piso del número doce de la calle Diego de León. Los disparos se repetían, los gritos, las blasfemias… El repicar de las campanas de los bomberos remplazaba la de los conventos e iglesias que no eran ya más que ceniza y rescoldos.

La guerra civil devoraba todo a su paso. Convertía ciudades y personas en dolor, violencia y destrucción. Francisco temía que los encontraran. Los miembros de la CEDA se habían convertido en objetivo prioritario para los comunistas que controlaban las desiertas calles madrileñas. Pero habían decidido huir a Francia cruzando los Pirineos. Y su aventura comenzaría ese mismo día al anochecer.

No había luna. Irene se cubría con su abrigo negro como si quisiera confundirse con el pavimento. Francisco corría a grandes zancadas delante de ella, guiándole. Un coche los esperaba al final de la calle. Irene cerró la portezuela del automóvil y se acurrucó junto a su marido. Tomás, el conductor, pisó el acelerador y desaparecieron entre la bruma.

- Francisco, no podré llegar al otro lado.

- Claro que sí. Si hace falta te llevaré en brazos.

- No hagas como si fueras Hércules. Perdón, no quiero ser negativa pero… Bueno vamos allá. No entiendo como podéis ir siempre con pantalones, es incomodísimo.

- Estás estupenda. ¿Qué tal van tus pies?

- Mejor pero estoy agotada.

El guía francés les ordenó callar. Llevaban más de una semana con aquel hombre y todavía no habían conseguido entablar ninguna conversación. Cuando se irritaba su estrecho bigote negro se estremecía, cerraba los ojos y arrugaba la nariz respingona. Pero a pesar de sus frecuentes enfados parecía amable. Y era quien les guiaba a Francia. El camino era largo y, en ocasiones, se veían forzados a dar un rodeo para evitar un control de los milicianos.

El silencio de la noche fue interrumpido por un leve susurro. Francisco e Irene se estremecieron.

- Atravesamos ese monte y llegamos a Francia- dijo el francés con su peculiar acento.

Francisco e Irene se miraron fijamente, la meta estaba próxima. Los ojos de la joven brillaban embargados de emoción. Todos los sufrimientos llegaban a su fin, la cima se encontraba a unos pasos. El sol comenzó a aparecer en la lejanía inundando los valles, llenando sus corazones de esperanza.

En la luz dorada del amanecer, se detuvieron para ver su tierra por última vez.

-¿Volveremos? - murmuró Irene.

- Volveremos- replicó Francisco.

Y en los años que siguieron, esa palabra señalaría sus destinos: volveremos, volveremos...


Imagen: La guerra civil. IES María Moliner
Historia: María del Rincón. El final es de Isabel Allende

jueves, abril 10, 2008

Gallipoli


- ¿Qué son tus piernas?
- Muelles, muelles de acero.
- ¿Qué van a hacer?
- Hacerme volar
- ¿Cuánto puedes correr?
- Tanto como un leopardo
- ¿Cuánto vas a correr?
- ¡Como un leopardo!


Historia: Tomada de la película Gallipoli

jueves, abril 03, 2008

Superviviente nato


Dith Pran, fotoperiodista autodidacta y superviviente del genocidio en Camboya, falleció el domingo 30 de marzo en un hospital de Nueva Jersey (EE.UU.), víctima de un cáncer pancreático. Su odisea inspiró en 1984 la película The killing fields (Los gritos del silencio), premiada con el Oscar. Aquel filme y el activismo político de Pran desde el exilio norteamericano lo convirtieron en el rostro público de la denuncia internacional del régimen de los jemeres rojos, una demencia revolucionaria que entre 1975 y 1979 costó la vida a casi dos millones de personas.

Nacido en 1942, Pran trabajó como traductor de los militares estadounidenses, en los años sesenta, y a principios del decenio siguiente empezó a ejercer de asistente de periodistas extranjeros, entre ellos el corresponsal de The New York Times Sydney H. Schanberg, con quien le uniría una amistad fraternal. Pran salvó la vida a Schanberg y a otros dos reporteros extranjeros cuando el grupo fue detenido por jemeres rojos que querían fusilarlos. El asistente camboyano no pudo evitar, sin embargo, ser enviado al brutal experimento reeducador agrícola diseñado por el caudillo Pol Pot.

Centenares de miles de personas fueron obligadas a trabajar en el campo bajo unas condiciones inhumanas. Pran hubo de ocultar sus lazos con los norteamericanos, se deshizo de su dinero para evitar sospechas y se hizo pasar por campesino. “Para sobrevivir, tienes que fingir que eres estúpido, porque no quieren que seas inteligente -explicó hace sólo unas semanas, en una emotiva entrevista concedida en la cama, desde el hospital-. Piensan que la gente inteligente los destruirá”.

Pran estuvo a punto de ser ejecutado por robar comida. La dieta era una simple cucharada de arroz al día. La gente, hambrienta hasta el límite, se veía forzada a comer insectos y ratas, y hasta a alimentarse de cadáveres de recién ajusticiados. Cincuenta familiares de Pran murieron en esos años, entre ellos un hermano, que los jemeres lanzaron a los cocodrilos.

En 1979, después de que los vietnamitas derrocaran al Gobierno de los jemeres, Pran temió ser objeto de represalias y logró huir en dramáticas condiciones a Tailandia. Desde allí contactó con su amigo Schanberg, que no sabía de su destino y que voló inmediatamente a Bangkok para ayudarle. Pran inició entonces una nueva vida en libertad en Estados Unidos. Trabajó como fotoperiodista para The New York Times hasta su jubilación, hace sólo un año. Paralelamente fue muy activo en denunciar las monstruosidades de Pol Pot y en alertar sobre todos los horrores genocidas que han seguido después, en Ruanda, Bosnia o Darfur.

Tanto Schanberg como el director de The New York Times, Bill Keller, rindieron homenaje a la categoría humana de Pran y a su instintiva profesionalidad, cualidad que comparten muchos colaboradores locales de los grandes diarios. Schanberg recordó la singular teoría de Pran sobre el fotoperiodismo: “Tienes que ser como una piña. Debes tener cien ojos”. Keller dijo que el fallecido “nos recuerda una categoría especial de heroísmo periodístico, el colaborador local, el stringer, el intérprete, coger, que conoce el terreno, que posibilita tu trabajo, que a menudo se convierte en tu amigo, que puede salvarte la vida, que comparte poco de tu gloria y que se arriesga tanto como tú”. Ya muy enfermo, el único deseo de Pran fue acabar con los genocidios: “uno solo ya es demasiado. Si pueden hacer eso por mí, mi espíritu estará feliz”, agregó.

Imagen:Cbc

Historia: Eusebio Val en La Vanguardia (martes, 1 de abril de 2008)

domingo, marzo 30, 2008

Caperucita Ruber


NARRADOR.- Erat picola domus in medio silva. Volucres coeli canebant cum laetitia. Flores pulchras ornabant prados.

MADRE.- ¡Caperutia!, ¡filia mea! ¡rapaza mea!, ¡Fragmentum cuore meo! ¿Ubi estis?

CAPERUCITA.- Ecce ego, cum ovejis campestres.

MADRE.- Veni, veni vade in domo abuelita tua ¿non gnosces que infirmissima est cum catarro in cama? Oportet portare quequmque bocata.

CAPERUCITA.- Vado festinans, mater mea.

NARRADOR.- Et capiens cestam magnam cura mei, inmensam tartam olivas, et multum kleenex, et vicks vaportubs et alicuias ceteras viandas, fuit.

MADRE.- Caperutia, vigilat! Lupus est feroris tamquam leo rugiens buscat quem devoret.

NARRADOR.- Caperutia fuit cantante in domo abuelitae.

CAPERUCITA.- ¿Quem timet lupus feroces, ad lupus, ad lupus? (Bis) ¡Oh! ¡Lupus!

LOBO.- Quo vadis, Caperutia?

CAPERUCITA.- Vado domo abuelitae portare piscolabis et famacopea catharrensis.

LOBO.- Ah! Capisco! Ego cognosco duas vias. Una breve, et altera longissima. ¿Voles que faciamus “ONE RALLY”? Ego vado per viam longissima, et tu vadis per viam breviorem. OK?

CAPERUCITA.- Lupus dixis iatra est.

LOBO.- Trola magna tragata est! Ista puella tonta est!

NARRADOR.- Caperutia, plus ingenua quam cubo, fuit viam chapurreantis exitus postremos eurovisiones:

CAPERUCITA.- (cantanto) Pusila tralarala, stellas fur te in caelo reverberantur…

NARRADOR.- Intratamtum, lanzatus est lupus in carrerum velocite, sicut descosibus et arribatur est in domo abuelitae antes quam Caperutia. Lupus pulsant automatico guardaportam et audivit per interfono.

ABUELITA.- Quid est?

NARRADOR.- Fingiens voce cursi clamavit:

LOBO.- Sum nepotita tua, Caperutia Ruber.

ABUELITA.- Pulsa et intra, porta aperta est.

NARRADOR.- Lupus, magnis zancadibus plantatus est in narices abuelita cum fauces suas superapertas sicut anuncio Profident.

LOBO.- AAAAAAH!

NARRADOR.- Et manducavit illam. Ponit camisonis et cofia et lentes. Et introibit in camam abuelitae.

Venit puella et ignorant omnia que facta est. Pauper puella ! Pulsabit guardaporta et interrogat.

CAPERUCITA.- Abuelita, ubi estis? Porto te multas manducas.

LOBO.- Intra, intra.

NARRADOR.- Dixit lupus in grave voce.

Videns abuelita su il suo cuore dedit vuelcum impresionantes in pectore suo.

CAPERUCITA.- Abuelita, quia semejans vocem cavernicola habes?

LOBO.- Nepotita, mea nepotita, ita dico ut escuches multo mellior.

NARRADOR.- Illa suspiravit.

CAPERUCITA.- Abuelita mea, quia oculos habes magnos sicut valam et salientes sicut besugus?

LOBO.- Nenita mea. Illorum sunt per videre hermosura team.

CAPERUCITA.- Yes, yes, abuelita mea, sed tantos pelos in faciem tuam…

LOBO.- Sunt per manducarte molto mellior.AUGH…!!!!!!!!!!

NARRADOR.- Caperutia Ruber dixit in se: “pedes, para qué os volo?

CAPERUCITA.- Cazadorum, dominus cazadorum. Sálvame ab inimico meo! Salus mea sit!

CAZADOR.- Vado presto, little puella. Escuchet barullo et veniat pacá.

NARRADOR.- Pulsavit gatillum in direccionem lupus. Et mortum est qui non respirat. Apertas tripas luporum, abuelita sua sortit plus laetas quam castañuelas. Estiravit brazos suos et animavit omnes cantatem cum illa...

Amen

(the End)



Imagen: María del Rincón

miércoles, marzo 26, 2008

A mi querido museo de El Prado


Madrid, doce del mediodía, un calor sofocante. ¿A quién le puede apetecer una visita al Prado tras una noche entera en vela? A mí desde luego que sí.

El museo está a rebosar. Vamos casi corriendo, el tiempo es escaso y queremos verlo todo. En cada esquina una nueva sorpresa. Recorremos pasillos sin una dirección aparente hasta que de repente, nos “chocamos” con Las Hilanderas de Velázquez. Pausa y silencio. Procuro acercarme lo más posible, estoy tan cerca que he de controlar mis manos que luchan por tocar el lienzo.

He estudiado cada personaje, cada ángulo de ese cuadro y ahora, ¡por fin!, lo tengo delante. Todos los esquemas que tenía en la mente se descolocan. ¡Estás ante el cuadro original! Prácticamente me he olvidado de dónde estoy, de que hay gente empujándome. El cuadro parece hablarme, me susurra al oído. ¿Qué me dice? Eso queda entre Velázquez y yo.

Oigo a mis espaldas otra voz familiar. No es ningún pintor, es mi profesora de arte explicando el cuadro. Prefiero que sea el artista quien me descubra cada uno de los secretos de la obra. Mi profesora me toca suavemente el hombro y casi como en un susurro me dice que nos estamos moviendo. ¿También le hablará Velázquez a ella? Pensaba que yo tenía la exclusiva.

Vamos recorriendo más y más pasillos. Rubens, Rembrandt, Ribera, el Greco… A cada paso que doy una alegría mayor que la anterior.

Otra vez Velázquez. ¿Estamos dando vueltas? ¡Las Meninas! Repito lo que llevo haciendo toda la mañana y me “planto” frente al cuadro. Me siento muy pequeña, de tamaño y edad. ¿Cuántas personas habrán visto este cuadro? ¿Qué pensaría la Infanta Margarita al verse ahí? Si las miradas desgastaran los cuadros…

Terminamos con Goya. Tras recorrer este paraíso los libros de Arte no tienen ya tanto encanto. Quisiera poner un banco delante de mis obras preferidas y quedarme ahí el día entero.

Tengo que volver aquí, es maravilloso. Hay gente que pasa delante de los cuadros como si fueran un póster, ni los miran. Quiero gritarles. ¡Que se fijen! Siglos de Historia les contemplan desde eso marcos. Quiero un pincel, un lienzo, quiero… No. ¿Para qué? Me contento con tener ojos. Acabo de darme cuenta de que casi no he hablado. Me pican los ojos, ¿habré parpadeado? Creo que se me ha olvidado.

¿Cómo? ¿Ya nos vamos? Una última visual y salgo mirando al suelo, si no creo que mi profesora no podrá sacarme de aquí. Adiós. Volveré, te lo prometo.

Imagen: Deia.com

Historia: María del Rincón Yohn


miércoles, febrero 20, 2008

¡¿No lo sabías?!



El otro día pude comprobar que los hombres necesitan, por extraño que parezca, inventarse historias sobre otras personas. Cuantas más consecuencias negativas acarreen, mejor.

Ya tenemos suficientes problemas con nuestra vida como para que, además, tengamos que cargar con los sufrimientos de otra vida ficticia que se supone es nuestra. No sé si es por aburrimiento, diversión o (me cuesta decirlo) malicia, pero hay personas con cierta tendencia a la imaginación calenturienta. De repente, un día descubres tu realidad desde fuera. Resulta que tú no eres tú, sino un ser distinto a causa de mil historias, cada cual más compleja, que alguien ha hecho circular.

Cuál fue mi sorpresa (nada agradable) al descubrir, gracias a una amiga, que llevo dos años sin hablar con mi padre. Nada más lejano a la realidad, pues tanto a él como a mí parece que nos están dando cuerda continuamente. Creo que nunca llegaré a entender esas ganas de contar mentiras sobre otros. Si esas personas llevan una vida que no les llena, que por lo menos nos dejen en paz al resto. Me he dado cuenta de que las mentiras llenan bolsillos, pero no vidas.

Puede que no nos demos cuenta, pero el hecho de reproducir un chisme que hemos entendido según lo que nos conviene, puede conllevar muchísimo sufrimiento. El pozo de la imaginación calenturienta está colmado de aguas tibias con un fondo de fango, bastante bien nutrido.

¿Qué sería de la humanidad, si cada vez que nos cae mal alguien o nos aburrimos, le inventamos un oscuro pasado? <<¡Hay que ver lo pesado que puede llegar a ser este tío! Seguro que se escapó una vez de casa y al volver le dieron una paliza. Así de amargado está. ¡Oye! ¿Sabías que le pegaban en casa? ¡Sí, hombre! ¡Pero si se nota desde lejos! ¿De verdad que no lo sabías?>> Así no vamos a ninguna parte.

No hace falta pensar mucho para darse cuenta de cómo está el patio. Basta encender la televisión después de comer o de cenar. Los programas que llaman del corazón inundan la parrilla. En ellos, de una simple mirada sacan un romance y de una persona sin acompañante una ruptura escandalosa.

¿No deberían estudiar los filósofos el “misterioso mundo del chismorreo y la calumnia”? Sería interesante llegar al fondo del asunto.

Historia: María del Rincón Yohn en Excelencia Literaria
Imagen: Norman Rockwell

lunes, enero 28, 2008

Conflagración


A mi lado, Edward sangraba por la cabeza, inconsciente. Le habían dado. La trinchera dejó de serlo, ya no nos resguardaba; parecía que nos escupiese por nuestra falta de valor. Era como estar al raso, a merced del enemigo. Parecía que cuanto más te escondías, más te mostrabas y; sin embargo, cuánto más osado te mostrabas, más te resguardaba, como si en realidad lo único capaz de protegerte fuese el mismo valor, si lo hubiera, claro, y nada más. Es curioso que en esa ocasión radical me ocurrió como cuando contemplaba un paisaje, o un atardecer, o estaba ante el mar o ensimismado frente al fuego de una chimenea, que me dio por filosofar. Cuando ya no hay nada que puedas hacer, a veces, en vez de la desesperación, acude la serenidad, lo único que te puede ayudar. En aquel desastre, meditaba yo, se reconcentraba toda la estupidez humana y se mostraba ostentosa, tal cual es; tal cual somos. Y todo era estúpido, como si ella te dijese: “hola, aquí me tenéis de nuevo: soy yo, la Estupidez, lo más inhumano que existe; vuestro ingrediente principal. Todo esto resulta francamente encantador, ¡Buen trabajo, muchachos!”, y, una vez más, a uno se le ocurren mil confesiones instantáneas por dentro, todas llenas de sinceridad y arrepentimiento. El miedo provoca buenas radiografías. Alcé un poco la cabeza y observé el fortín que pretendíamos asediar.

Aquella casa en ruinas, llena de personas como nosotros, iguales que nosotros, tan asustados y tan valientes como nosotros y tan estúpidos como nosotros constituían nuestro objetivo… Era como si todos nos enfrentáramos a muerte contra nosotros mismos: nuestras muertes contra nuestras vidas. Podía ver mi cara en las caras de aquellos que veía en las ventanas y en el tejado. ¿Cómo habíamos llegado a ese extremo? Alguna malo o buena suerte del Destino nos colocó fuera. Nosotros éramos los buenos y estábamos fuera; ellos, dentro, y eran los malos ¿o era al revés? Supongo que ser bueno o malo dependía, sólo en parte, de estar en cualquier sitio. En el fondo, creo que éramos iguales; igual de distintos, igual de buenos y malos. Nuestra misión, atacar; la de ellos, resistir ¿o era al contrario? Una casa en ruinas se transformaba en el mayor tesoro del universo, algo increíblemente valioso por lo que había que morir o matar. El Gran Trofeo no era más que una casa en ruinas. A mi lado mi hermano no se movía…

El zumbido de un nuevo proyectil me hizo saltar cuerpo a tierra, y aplastar la cabeza contra la arena del estrecho pasillo de la trinchera. Tenía miedo, muchísimo miedo; todo el miedo que seáis capaces de acumular, tanto miedo que me golpeaba el miedo, que me dolía el miedo. Pude oír el griterío enfervorizado de los nuestros y, también, el de ellos. Ruidos que eran los síntomas dañinos de una enfermedad crónica, y tan contagiosa que a mí se me antojó cósmica. Estábamos muy cerca…
- ¡maricones, os vamos a rajar!
- ¡Eh, cabrón, por poco me das!
- ¡Ánimo tíos! ¡A por ellos!
De repente- tiene gracia- me acordé de mi madre, tan poco amiga de violencias, y de que según mi reloj, sólo faltaba media hora para la cena. Mi nombre era una caricia cuando lo recordé, dulce, con la pronunciación de su voz. En fin, a mi hermano y a mí nos esperaba una buena… la cara de Johnny surgió a mi izquierda y su voz me devolvió a la realidad.
-¡Eh, intelecto! ¡Están tirando sólo desde el frente; desde atrás y por la derecha podríamos entrar y destrozarles a todos!
- ¡Joder, que no me llames intelecto! ¿Vale?, - le contesté enfadado.
- Pues entonces deja de ser tan empollón…

En ese momento, Johnny bajó la mirada y reparó en mi hermano.
- Pero… ¡tío, le han dado! ¡Estás loco o qué! ¿Estás tan cagado que le han dado y no dices nada?
Saltó fuera de la zanja y empezó a dar gritos y a hacer señales con los brazos en alto a todos los demás.
- ¡Baaaasta! ¡Dejad de tirar piedras! ¡Le habéis dado a Ed! ¡Alto el fuego!
Cuando un cartel anunciaba la inminente construcción de un nuevo edificio en el barrio, en realidad nos avisaba de una inevitable guerra. Toda la pandilla esperaba con impaciencia a que los obreros desguazasen la vieja vivienda, para sortearla y tomar rápidamente posiciones. La casa que iba a ser demolida, una vez desvencijada, se quedaba sin guardián. Antes de que se convirtiera en solar, era nuestra del todo. El mejor campo de batalla imaginable, a pesar de que sólo jugábamos…



Historia: Carlos Cebrián. Escenas sin filmar

martes, enero 15, 2008

Volveré




Querida Saskia:
Mi corazón anhela regresar a Bulgaria. Los días sin ti me parecen años y extraño muchísimo a Timudjin y Ajmad. Cada noche me parece oír los lloros de nuestros pequeños. ¿Qué tal están? Supongo que seguirán creciendo igual de rápido.

España es una nación hermosa, pero no tanto como nuestra amada Bulgaria. Cuando abandonas tu país es cuando realmente lo echas de menos y darías lo que fuera por volver. Lo mismo sucede con la gente que quieres: sientes que hay algo en tu interior que no termina de contentarse con la nueva situación. Buscas y buscas, y no sabes qué es. A las personas cercanas es fácil recordarlas y más aún, añorarlas, pero también necesitas volver a ver a quienes tratas menos.

Quisiera volver a pasear contigo por el jardín de la casa de tu madre. Esa tranquilidad aquí es difícil de conseguir. La ciudad es ruidosa y las personas corren de un lugar a otro como si no supieran por qué lo hacen.

Aquí, parece que no importe que haya estudiado Filología Inglesa. Nadie me quiere en las academias; por lo visto no necesitan profesores búlgaras de inglés. He puesto anuncios por los árboles pero no recibo ni una sola llamada. La verdad, empiezo a creer que el problema no es el inglés sino el profesor. Los levs que tanto nos costó reunir, para este país son una miseria. Es una de las razones por las que no os escribo tan a menudo como desearía. Ni siquiera he podido encontrar un hogar decente.

Comparto casa con varios rumanos y ucranianos. Somos nueve y todos contribuimos para pagar el alquiler. Tras varios intentos fallidos para encontrar un puesto de profesor, no me queda más remedio que dedicarme a mi afición del clarinete. Por la tarde salgo a las calles y toco para la gente que pasea. Aquí parece que la música no interesa. Casi nadie me mira y pasan de largo rápidamente, sin girarse ni pararse. A veces me contratan para tocar en algún bar por la noche. Me han ofrecido también un puesto como recolector en unas viñas. Gano muy poco y a esa cantidad debo descontar el dinero del alquiler. El resto te lo haré llegar.

Aún no puedo regresar. Salí para llevaros dinero y seguiré aquí hasta conseguirlo. Aunque la tentación de volver es fuerte, me ayuda el consuelo de saber que me estarás esperando. Siempre te querré, aunque tenga que pasar el resto de mi vida en España. Todos los días doy gracias al cielo por haberte conocido y por que estás ahí, en la distancia, siempre fiel. Estate tranquila, porque solo te quiero a ti, mi ángel salvador.
Te quiero.
Nikola.
Imagen: María del Rincón
Historia: M. del R. en Excelencia literaria

jueves, enero 03, 2008

La vida es bella


ESCENA 11

El Gran Hotel. Interior, de día.
Guido se para frente al tío y se abrocha el botón del cuello

EL TÍO: ¡El pollo!

GUIDO: ¡Fácil! El pollo se sirve entero y boca arriba. << ¡Córtemelo!>> << ¡Enseguida!>> Primero, sujeto el pollo, hinco el cuchillo bajo el ala y separo el muslo. Luego penetro la carne y sigo a lo largo del esternón… Fuera alas y pechuga, fuera piel…

EL TÍO: ¡Langosta!

Una chispa de pánico ilumina los ojos del aprendiz de camarero.

GUIDO: Hinco la piel bajo el ala…La langosta es un crustáceo. Fuera costra… (Duda) ¡Fuera antenas! La langosta se nos ha terminado. Pero tenemos pollo, ¿quiere pollo?

Su tío lo observa perplejo.

GUIDO: ¡La langosta, tío, no la recuerdo!

EL TÍO: La langosta se sirve tal y como sale de la cocina. No hay que tocarla.

GUIDO: Es demasiado fácil, por eso no me acordaba.

EL TÍO: ¡Continúa!

Guido opta al instante la pose de un paje de la corte […]

GUIDO: Comportamiento: posición en espera. ¡Camarero! ¿Sí? ¡Camarero! ¿Sí?

La inclinación: ¡muy fácil! Manos acariciando la cadera…vas bajando…y…y saludas, y te mueves para allá, y bajas como si fueras una botella de champán… cuarenta y cinco grados…hummm, cincuenta… no…

Inclina la espalda y se agacha completamente.

GUIDO: …No, ¡más de noventa grados! ¡Ángulo recto! Hay que demostrar que somos… Pero ¿cuántos grados debe tener el ángulo, tío?

EL TÍO: Observa los girasoles, se inclinan hacia el sol. Pero si ves uno excesivamente inclinado, es que está muerto. Tú estás sirviendo, ¡pero no eres un sirviente!... Servir es el arte por excelencia. Dios es el sirviente supremo… Dios sirve a los hombres pero no es sirviente de los hombres.

Historia de un bolígrafo




Mi vida es una de esas historias repletas de aventuras que comienzan hace ya mucho tiempo, en un país lejano. Antes de nada quiero presentarme: me llamo Cib y soy un bolígrafo transparente de tinta azul.
Cuando me fabricaron, allá en la lejana China, era muy feliz. Siempre estaba rodeado de nuevos e impolutos bolígrafos como yo. Pocos días después de ver la luz, una fábrica hizo un gran pedido de material de papelería. Nos metieron en cajas enormes donde había miles de bolígrafos de muchísimos estilos. Luego nos llevaron a un puerto donde embarcamos en un coloso llamado Faboulous.
Recorrimos medio mundo. Atravesamos enormes océanos, hasta que finalmente desembarcamos en el norte del que sería nuestro nuevo país: España. El viaje, aunque apasionante, fue duro para algunos. Las estilográficas del quinto piso cayeron, rompiéndose sus elegantes y afiladas puntas contra el suelo metálico del navío. Hubo otros que no aguantaron el largo recorrido y se secaron. Aunque todos sufrimos, decidimos olvidar para recomenzar de cero en nuestra nueva patria.
Después de varios traslados y cambios de caja, llegué a una pequeña papelería de un barrio costero. Allí fuimos cuidadosamente colocados -mis noventa y nueve compañeros y un servidor- en una estantería por Eduardo, el dueño. Yo estaba ansioso de que alguien me comprara. Era algo ingenuo y soñaba con servir a la humanidad desde mi modesta condición de bolígrafo: firmar tratados de paz, escribir discursos que removieran conciencias...
Cuando finalmente entró una chica pidiendo un boli y sentí la mano de Eduardo cerrarse sobre mi transparente cuerpo, toda mi tinta se me subió a la cabeza. Aquella chica parecía tener prisa, pues me lanzó al fondo de su bolso, pagó y se fue corriendo.
Llegamos a su casa, en donde comencé mi tarea colaborando en escribir un trabajo de historia. La chica me dirigía con pulso débil y escribía un resumen de la vida de un tal Gandhi. Aprendí muchas cosas sobre el mundo que me rodeaba: aquello me gustaba. La chica parecía aburrida y tras una hora me olvidó y comenzó a jugar con el ordenador. El tiempo pasó y cuando se dio cuenta de la hora que era, se puso nerviosa. Quiso terminar lo que había empezado pero la pereza le venció y sacó de Internet un magnífico trabajo.
Mi primera experiencia había resultado un desastre. Además, mi dueña me dejó olvidado sobre la mesa, en donde me quedé varios días sin que nadie se fijara en mí.
Una mañana, por fin, entró en la habitación un chico, que me cogió y me metió en su mochila. Fuimos al colegio y otra vez tuve una mala experiencia: a aquel muchacho sólo le interesaban las matemáticas, así que después de hacer complejas y aburridas operaciones gasté mi tinta en dibujos. Aquel chico no prestaba atención al profesor, y se dedicaba a pintarrajear distraído en los cuadernos.
En la última clase un profesor me cogió prestado y la realidad es que nunca me devolvió. Cuando por fin salimos del colegio, fuimos al metro. Allí aprovechó para avanzar su trabajo. Con este nuevo dueño estuve bastante tiempo y siempre hacía lo mismo: corregía exámenes.Los exámenes se acabaron y ya no hubo nada más que corregir. El profesor me seguía usando en el metro y una vez me olvidó sobre uno de los asientos. Rodé hasta el suelo hasta que alguien me pisó. Mi frágil cuerpo de plástico se rajó, pero a pesar de todo mi aspecto era bastante bueno. Una mano me levantó del suelo y vi el rostro curioso de un chico de unos veinte años que se iluminó lleno de alegría por haberme encontrado. Mi vida terminó junto a él. Este último dueño era un universitario lleno de curiosidad. Me utilizó para escribir cartas llenas de contenido a sus amigos. Les transmitía sus inquietudes y espero que mi labor les hiciera reflexionar. Fui feliz, muy feliz. No hice grandes cosas por la humanidad, pero descubrí que para cambiar el mundo hay que cambiar a cada persona. Creo que lo conseguí.




Historia: María del Rincón Yohn en Excelencia Literaria
Imagen: Discurso.cl


miércoles, enero 02, 2008

Lolek



Los azules ojos de Lolek saltaban de persona en persona con rapidez. Estaba muy nervioso, no podía seguir callado.
Sus amigos bromeaban, ausentes a la batalla interna que se debatía en aquel momento entre el corazón y la mente del joven Lolek. Miraba a cada uno de aquellos chicos y trataba de imaginar sus reacciones. Estaba convencido de que los chicos callarían, sorprendidos, mientras las chicas se pisotearían las palabras unas a otras, tratando de dar su opinión.
Se habían reunido para ensayar la siguiente representación teatral. Querían hacer un cántico a la libertad y a la cultura polaca. Su amada patria no desaparecería bajo la bota del invasor. El teatro rapsódico vencería al odio de los nazis, sin otra arma que las palabras. Svider observaba a Lolek. ¿Qué le pasaba? Nunca le había visto tan silencioso cuando fraguaban una nueva obra. Aquella imagen del joven, sentado como ausente, con los brazos reposando en las rodillas, no era usual en él. Y ese silencio… ¿En qué estaría pensando?
Lolek levantó la mirada de las palmas de sus manos y comenzó a repasar de nuevo los rostros de sus amigos. Sus ojos se cruzaron con los de Svider. Karol descubrió su semblante lleno de interrogantes. ¡No podía escapar al agudo ingenio del bueno de Svider!
Había llegado el momento de contárselo. Comenzó a incorporarse, hasta que su vista chocó con el crucifijo que colgaba de la pared del ático. Jesús le contemplaba sereno desde la cruz, los brazos abiertos al mundo entero como Víctima y Sacerdote. Sacerdote...
-Voy a ser sacerdote –musitó Karol, con la mirada todavía en el crucifijo.
Las voces del grupo de jóvenes se fueron apagando. Lolek se sentía observado.
-Comenzaré las clases en el seminario clandestino. Ya he hablado con el cardenal Sapieha.
-Karol, sólo tienes veintidós años. ¿Cómo vas a desperdiciar toda tu juventud, tus posibilidades dramáticas? –le echó en cara una de las actrices.
-San Juan era un adolescente cuando lo dejó todo por Cristo.
-¿Lo has pensado bien? -añadió Svider.
Ante el gesto afirmativo de Lolek, prosiguió:
-Soy judío, pero entiendo que Dios te pueda llamar al sacerdocio. Me alegro por ti.
Karol sonrió. Svider nunca le fallaba.
***
La sonrisa de Karol turbó a Svider. Hacía apenas unos minutos que había abrazado a su viejo amigo Lolek después de muchos años. No podía creer que estuviesen paseando por los jardines pontificios.

Historia: María del Rincón Yohn en Excelencia Literaria

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