viernes, abril 13, 2012

El arado que labró las llanuras (The plow that broke the plains. Pare Lorentz, 1936)


América desde el cine. Imaginamos un John Wayne, paseando por la estepa. Un John Wayne cabalgando, buscando un hogar. Un hogar en el que no faltan dificultades, una casa blanca con porche en medio de una explanada seca. Una casa de madera blanca, quizás rodeada de inmensos campos de trigo como la de Malick durante esos Días del cielo. O puede que sea una casa amenazada por un fuerte vendaval como el que consiguió que Dorothy acabara buscando a un tipo llamado El Mago de Oz. ¿De dónde salía esa atroz tormenta? ¿Acabarían el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y El León cobarde en un carromato atravesando el Dust Bowl y alojándose junto a la familia Joad de Las uvas de la ira?
Esas praderas llenas de futuro de los cowboys se convertían en llanuras desesperanzadas, en carros que levantaban polvaredas dejando atrás la sonrisa amarga del funambulista del bigotillo de El Circo. Los forajidos que asaltaban ranchos ya no eran villanos sino víctimas necesitadas de algo de comida. Los Bancos parecían abrir sus arcas a cada pareja de pistoleros que viajaran en un coche empolvado como Bonnie y Clyde o a un padre que ansiaba reencontrarse con los suyos mientras clamaba al cielo en busca de un hermano que le ayudara sinceramente: Oh, brother!


¿Cómo acabó esa tierra convertida en una polvareda infernal? Pare Lorentz se preguntaba lo mismo y en 1936 dirigió un documental sobre el origen de aquella tragedia. El arado que labró las llanuras tuvo la culpa de aquello, pero Estados Unidos no sucumbiría ante un error. Lorentz muestra el proceso de destrucción de aquellas tierras. Como un médico explica la historia clínica con imágenes que prueban la tragedia. Y como médico tiene una receta. Su discurso abre una puerta a la esperanza.

miércoles, abril 11, 2012

El último metro (Le dernier métro, François Truffaut 1980)


Hace mucho que vi Los 400 golpes de Truffaut. Hace quizás demasiado. Y quizás el olvido y el estudio de la historia del cine me llevó a ver El último metro como una especie de experimento cinematográfico. Pensaba encontrar algo críptico tipo Hiroshima mon amour de Resnais o algo estilo Al final de la escapada de Godard. Y encontré algo que me sorprendió. Una tragedia entre bambalinas con un estilo parisien que me recordó a Sous les toits de Paris (esos ciudadanos que se juntan en las calles para cantar y olvidar los momentos malos en la capital francesa). Truffaut decía que no se trataba de una película política, ya que eso era algo burdo. Su película gira entorno a los sentimientos de sus protagonistas. 

Estaba dispuesta a encontrarme con estructuras un tanto complejas propias de la Nouvelle Vague, pero salvo algún momento puntual, la película sigue bastante las convenciones a que estamos habituados. El director parece aprovechar algún recurso diferente, como el comienzo semi-documental, algunos planos con cierta añoranza de la Nueva Ola o esos personajes nada prototípicos del cine hollywoodiense. Los personajes atraen desde el primer momento. Catherine Deneuve no es ya aquella joven inocente de Los paraguas de Cherburgo sino una hermosa y madura mujer capaz de cagar con un teatro, un marido escondido y todos los dramas de una época. Gerard Depardieu, joven, tiene un gran atractivo en la película.


El momento histórico y la trama teatral permite un gran lucimiento artístico sin distraer de la historia y los personajes. La película es Europea de naturaleza. Intuyo que Tarantino había visto El último metro antes de hacer Malditos bastardos. Lo que en Tarantino se convierte en espectáculo, aquí resalta lo humano e íntimo. Una película de personajes más que de trama histórica. Aunque el componente histórico se hace indispensable. Fascinante final que consigue desconcertar durante unos minutos. Un juego de malabares exquisito a modo redoble de tambores final.


martes, abril 10, 2012

Documental y Propaganda de guerra. Why we fight y Listen to Britain


Propaganda de guerra. Imaginamos una voz autoritaria, unas caricaturas del enemigo, una bandera que ondea. El cine documental ha estado muy próximo a la propaganda bélica. Y es que todo líder político se da cuenta de la gran influencia del cine. Ya lo dijo Lenin: “De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante”. Parece que solo los dictadores han tomado medidas más estrictas de control del cine, y al margen de las ideologías y corrientes políticas, hicieron un buen trabajo. Grandes cineastas y documentalistas contribuyeron a crear propaganda durante los tiempos de guerra. El campo de la ficción cuenta con miles de ejemplos de películas de propaganda, sobre todo en la industria soviética y norteamericana, donde los estudios adoptaron las mismas transformaciones que el resto de las industrias pasando a producir material bélico. Durante la guerra, estos países produjeron un gran número de películas de género bélico o ambientadas en periodos de guerra como El acorazado Potemkin o Los mejores años de nuestras vidas

También el documental fue utilizado en el campo de la propaganda bélica. Es muy conocida la película de Leni Riefenstahl El triunfo de la voluntad. Las obras de propaganda de los totalitarismos llaman la atención por sus imágenes y discursos grandilocuentes, sin necesidad de recurrir a una voz que dicte la forma de pensar. La propia forma ya crea un discurso, facilmente comprensible por todos. 
Las democracias también recurrieron al cine y al documental. La estructura del noticiario es más típica de este tipo de producciones. Los grandes del cine de Hollywood contribuyeron a la causa en la Segunda Guerra Mundial con una serie de documentales titulados Why we fight.  El primero de estos documentales, Prelude to war, dirigido por Frank Capra ejemplifica el típico documental de propaganda bélica. Imágenes y comentarios claros, una voz "paternal" que indica el buen camino. Capra reúne gran material de archivo para construir su discurso bélico.



Otro estilo de propaganda bélica es el del británico Humphrey Jennings en Listen to Britain. Jennings recoge los sonidos de Gran Bretaña en el periodo de la guerra. Las escenas cotidianas de mujeres, soldados de permiso, fábricas armamentísticas son unidos por un hilo común: el sonido. El documental no recurre a una narración para explicar el impacto de la guerra en el país. Con cierto tono poético, Jennings no olvida que el cine es un medio sonoro también. Listen to Britain es un documental breve, de unos 20 minutos, que también se preocupó en el cuidado de la forma, por lo que aún hoy nos puede parecer interesante y atractivo.



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