viernes, septiembre 30, 2011

Ladri di biciclette (Vittorio De Sica, 1948)


Cruda, realista, sincera. No pasa nada en Roma. Un hombre, diminuto, en un mundo lleno de injusticias y problemas. Un padre, un marido. Con un nuevo empleo, con una bicicleta rescatada por Maria, su mujer. Sabemos lo que ha costado la bicicleta (pronúnciese con acento italiano) y sabemos el título de la película; así que cada vez que vemos el cacharro rescatado, sufrimos.
La acción va desenvolviéndose sola, no necesita guión por ser un fragmento de vida; y la vida no tiene ni guión ni escaleta. Neorrealismo italiano. Este ejemplo destila realismo, muestra un fragmento de vida. Los actores, no profesionales, no actúan, viven. Van en busca de la bicicleta, afanosos, pero llueve, así que se cobijan bajo un balcón. Pasean por las calles, aunque no hablen, aunque no pase ni aporte nada. En la vida no todo se dirige hacia algo, no todo tiene que servir para algo.


El ladrón de bicicletas es una película llena de ternura y lucha interior. De Sica quiere a sus personajes, parece haberles conocido, son amigos suyos, no meras creaciones. A ellos sí que podemos encontrárnoslos en el portal, en la carnicería. Me encanta la escena en que el niño coge una rabieta y camina lejos de su padre. Me encanta cómo le recrimina: "¿Y tú eres un padre?". Me gusta cómo al final de la película el chico coge a su padre de la mano. Me gusta cómo no hay nadie malo, solo humanos. Y ser humano es complicado; y un ladronzuelo no es un ser sin alma que solo sirve de antagonista (no hay ni héroes ni antagonistas, solo personas que viven y luchan) sino alguien querido en su barrio, un bribonzuelo, un ser con "jeta" que no nos cae mal. Me parece que la película consigue captar y mostrar el hecho, nada sencillo, de ser humano.

martes, septiembre 27, 2011

Nosferatu, una sinfonía del horror (F.W. Murnau, 1922)


Reconozco que al ver El gabinete del Doctor Caligari decidí que no me gustaba el expresionismo alemán. Tomé la parte por el todo. Porque ya iban dos películas que no me habían atrapado. Y aunque con el tiempo vuelvo a pensar en Metropolis, cada vez con mayor admiración, había algo que no me acababa de convencer. Debía ser ese desmesurado afán de destacar en lo visual. Ese formalismo por el formalismo (si se puede decir así) que hace que chirríe la película. El futurismo de Metrópolis no me gustó y la teatralidad y expresionismo gráfico de Caligari tampoco. Pero tengo que reconocer que Nosferatu me ha encantado.
Leía en un libro de historia del cine que "Nosferatu's is more authentically expressive of horrors than Caligari. The Expressionism in Nosferatu is almost purely cinematic, reliying upon camera angles, lighting and editing rather than production design". Y es que el terror de Nosferatu sale de esa "magia del cine" y no de los decorados de cartón-piedra con diagonales y líneas estridentes. La obra de Murnau resulta terrorífica incluso con el paso de los años. Si Caligari ahora produce risa, Nosferatu mantiene esa angustia, esa incertidumbre.


El realismo de la película resulta llamativo. Una historia sobre Drácula (nunca pagaron derechos de autor a Bram Stoker y eso conllevó algunos problemas) en una ciudad normal. No hay calles zigzagueantes, ni torreones torcidos. El Expresionismo de la película procede de algo interno, expresa unos sentimientos con los recursos fílmicos. Sí que emplea algunos trucos un tanto formalistas, algunos acertados como esas puertas que se abren solas sin que notemos el engaño y otros un poco más "rústicos" como el stop-motion utilizado para mostrar ese carácter fantasmagórico del vampiro. No sabría en cuál de estas dos categorías incluiría el uso de metraje en negativo para dar una sombra encantada al carruaje por el bosque de Transilvania ni las escenas coloreadas.La composición en profundidad resulta muy efectiva: El barco entrando en el puerto, el gigantesco comedor del castillo, la larguísima calle por la que desfilan ataúdes... Las composiciones, la fotografía, el asombroso montaje del filme... No sé si es el montaje que Murnau ideó o un montaje posterior tras la pérdida y prohibición por problemas de derechos de autor; pero los montajes paralelos son muy interesantes, sobre todo teniendo en cuenta que la película es de 1922. Imagino a los pocos privilegiados que pudieron ver la película proyectada en una sala de cine gritando, llenos de terror.

domingo, septiembre 25, 2011

Midnight in Paris (Woody Allen, 2011)


Owen Wilson se pasea por las callejuelas de Paris. "Una película para chicas" me dijo un amigo. "Os suele gustar porque la estética está muy cuidada y es bonita visualmente". Pues tenía razón en lo de bonita y para chicas. Midnight in Paris es una película de las que yo llamo de "sábado por la noche", de un sábado de semana cansada, no de semana estresante (esas piden Los próximos tres días o Quantum of solace). Realmente parece que Woody Allen solo quería hacer una película de curiosidades. Resulta atractiva la idea de encontrarse en el pasado e ir coincidiendo con artistas de la talla de Hemingway, Picasso, Ray Man o Toulousse Lautrec. Y Allen no ha podido resistir la tentación de dar una idea magistral a un cineasta como Buñuel. Truco de niño: "tengo tanto talento que puedo dar consejos sobre cine a uno de los grandes". Ese ser causa de algo conocido ya lo había hecho Aladdin al provocar la ruptura de la nariz de la esfinge de Keops.
La historia no tiene más. No hay nada claro en las motivaciones ni forma de actuar, pero no me parece un gran fallo ya que me parece que no aspiraba a más. Bonita historia, bonitas vistas de una bonita ciudad, bonita música, bonita ambientación, bonito reparto... Una pena: una chica bonita pero tonta.


sábado, septiembre 24, 2011

Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950)


Cuando el cine habla sobre el cine puede llegar a ser de forma aduladora (Cantando bajo la lluvia), melancólica (Candilejas) o cruel como El crepúsculo de los dioses. Los grandes del cine de los orígenes se dan cita en una decrépita mansión de Sunset Boulevard. Estrellas, directores, guionistas, películas... nadie se salva de la ironía de Wilder.
Siento volver a la obra de Chaplin una y otra vez, pero me parece interesante una comparación con esta obra de la misma época. Tanto Chaplin como Wilder vivieron una importante evolución en el cine. Chaplin hubo de superar el salto del cine mudo al sonoro como Norma Desmond en la película de Wilder. Wilder hubo de huir de su país y adaptarse a un nuevo cine. Quizás Wilder, más joven que Chaplin, quedara fascinado por el fastuoso imperio de Hollywood y su corrupción . Chaplin parece más prudente y tradicional, viendo en el trato que Hollywood le brindaba un desmán respecto a las épocas pasadas. Y a este dúo se une el gran Buster Keaton con una aparición como sí mismo en las dos películas. Y ahí cabe ver una de las diferencias entre ambas: En la de Wilder, Keaton se nos presenta como un cínico, un jugador amargado de bridge , furioso y desencantado con el nuevo cine. En la película de Chaplin añora los tiempos pasados, con un poco de amargura, pero no se abandona en el juego, intenta volver a los escenarios.
Wilder consigue hacer de su ficción algo más. Una crítica tan ácida que casi duele el estómago. Los decorados, la puesta en escena, los gestos barrocos de la actriz y la cámara. Y los actores parecen no actuar, reviven su vida. Gloria Swanson nació como actriz gracias a Cecil B. DeMille y cayó en parte bajo la dirección de Erich von Stroheim el mayordomo-director y ex-marido por la película que es proyectada en el salón de la actriz. Para todos ellos esta película fue la reaparición en el mundo del cine tras una larga temporada.


La película tiene una gran fuerza, en parte por el magnífico trabajo de la cámara y la composición (como las escenas del comienzo y el final) como por esa "autorevisión" cinematográfica. Me parece que la subtrama de la relación con la guionista de Universal parece un añadido para dar un poco de corazón a la historia, y resulta demasiado postizo. Pero, en general la historia es impresionante, "astonishing" que dirían los británicos. Os dejo la escena introduductoria de la película, una de las escenas más conocidas en la historia del cine.

miércoles, septiembre 21, 2011

El circo (Charles Chaplin, 1928)


Cada vez que veo una película de Chaplin es como si el tiempo se parara, como si me adentrara en otro mundo de la mano de ese vagabundo de los pantalones anchos y el bombín. Todo el mundo conoce a Charlot, se ha convertido en un símbolo cinematográfico. Para mí esa silueta trae un sabor dulce con un final amargo pero que no sabe mal. Las películas de Chaplin parecen gritar ante la incomprensión del mundo, parecen un grito por un mundo mejor y más cariñoso pero que parece imposible de lograr. Sí, Chaplin era un maestro de la comedia, pero con que profundidad hace sus volteretas y caídas.
En esta película, el vagabundo llega al Circo, donde se convierte en una estrella cómica sin quererlo. Y también conoce a la chica de sus sueños, la hija del dueño del circo. He de reconocer que algunas partes de la película resultan un poco tediosas y no muy graciosas, pero hay otras geniales. En la primera categoría se encuentran los primeros ensayos en el circo. Entre los momentos geniales y tan característicos del estilo de Chaplin: el número en la cuerda floja con los monos incluídos y el momento en la jaula del león. Esas dos escenas crean una magia especial en el filme. Nos hacen creer totalmente todo lo que sucede en la pantalla por el gran realismo de estas escenas. Chaplin se mete en la jaula de un león; y lo hace realmente. El león está ahí, y Chaplin también.


Miles de cineastas intentan crear una realidad para sus películas. Algunos consiguen conjurar ese hechizo, esa magia del cine, y crean una ilusión de realidad casi perfecta. Chaplin lo hace (con las limitaciones de los años 20). Otros  hubieran compuesto esta escena de forma más complicada y convencional. Tenemos al actor en un lado, al león en otro. Plano, contraplano. Chaplin, por supuesto, emplea ese recurso, pero para que no sea un truco barato de mago callejero... Se mete en la jaula. Y lo mismo con la cuerda floja. Basta con unas imágenes del vagabundo de cintura para arriba para hacernos creer que está a varios metros sobre el suelo. Pero para que el truco funcione hace falta unos segundos de Chaplin a varios metros sobre el suelo. Así Chaplin se convierte en un auténtico prestidigitador del cine. Un vagabundo capaz de crear realidades, de dar vida a los objetos (como a los panecillos de La quimera del oro), de resucitar a los muertos (Candilejas)... Un genio, profundo, que se ha convertido en un mito y por eso no perecerá. Un genio que se queda siempre atrás, como la escena final del la película, pero que con una de sus patadas recupera las ganas de volver a empezar.Un genio que después de varios años es capaz de darle vida a su película muda, cediéndole su voz ya usada al comienzo de la obra.

martes, septiembre 20, 2011

Imitación y postizo o la nada por un bigote. André Bazin y Chaplin


Estoy redescubriéndo a Chaplin. Cada película suya me fascina. El gran dictador es una de mis favoritas y  por eso os dejo este genial artículo de André Bazin sobre la película:

Imitación y postizo o la nada por un bigote
André Bazin

"Para quien otorga a Charlot, en el orden de la estética y de la mitología universal, una importancia equivalente por lo menos a la de Hitler en el orden de la historia y de la política; para quien no encuentra menos misterio en la existencia de ese extraordinario insecto negro y blanco, cuya imagen obsesiona desde hace treinta años a la humanidad, que en la del hombre de los puños raídos que obsesiona todavía a nuestra generación, El gran dictador es de una inagotable significación.

Dos hombres desde hace medio siglo han cambiado la faz del mundo: Gillette, el inventor y divulgador industrial de la maquinilla de afeitar, y Charles Spencer Chaplin, autor y divulgador cinematográfico del «bigote a lo Charlot».

Bien es sabido que desde sus primeros éxitos, Charlot tuvo numerosos imitadores. Seguidores efímeros cuyo rastro solo se conserva en unas pocas historias del cine. Uno de ellos, sin embargo, no figura en el índice alfabético de esas obras. No obstante, su celebridad no cesa de crecer a partir de los años 1932-1933, hasta el punto de alcanzar con rapidez la del lítale boy de La quimera del oro. Y tal vez la hubiese superado si en ese nivel las grandezas fuesen aún mesurables. Se trataba de un agitador político austriaco llamado Adolf Hitler. Lo sorprendente es que nadie se dio cuenta de la impostura, o por lo menos nadie la tomó en serio. Charlot, sin embargo, no se equivocó al respecto. Debió de experimentar enseguida una extraña sensación en el labio superior, algo comparable al rapto de nuestra tibia por un ser de la cuarta dimensión en los filmes de Jean Painleve. No pretendo afirmar en absoluto que Hitler obrara intencionadamente. Podría muy bien ser que hubiese cometido esta imprudencia bajo el efecto de influencias sociológicas inconscientes y sin ninguna segunda intención personal. Pero cuando uno se llama Adolf Hitler debe prestar un poco de atención a sus cabellos y a su bigote. La distracción no es más excusable en mitología que en política. El ex pintor de brocha gorda cometió ahí una de sus faltas más graves. Al imitar a Charlot había iniciado una estafa existencial que éste no olvidó. Algunos años más tarde tendría que pagarlo caro. Al haberle robado su bigote, Hitler se había entregado a Charlot atado de pies y manos. El pequeño judío iba a recobrar mucho mas que el pedacito de existencia arrancado de sus labios, iba a vaciar por completo a Hitler de su biografía en provecho, no exactamente de Charlot, sino de un ser intermedio, un ser hecho precisamente de pura nada.

La dialéctica es sutil pero irrefutable, la estrategia in-vencible. Primer asalto: Hitler le quita a Charlot su bigote. Segundo asalto: Charlot recupera su bigote, pero este bigote no es ya solo un bigote a lo Charlot, con el tiempo se ha convertido en un bigote a lo Hitler. Recobrándolo Charlot consigue una hipoteca sobre la misma existencia de Hitler. Y con ella arrastra esa existencia, de la que dispone a su antojo.

Y crea a Hynkel. Porque quien es Hynkel sino Hitler reducido a su esencia y privado de su existencia? Hynkel no existe. Es un fantoche, un pelele en quien reconocemos a Hitler por su bigote, por su estatura, por el color de sus cabellos, por sus discursos, por su sentimentalismo, su crueldad, sus cóleras y su locura, pero corno una coyuntura vacía de sentido, privada de toda justificación existencial. Hynkel es la catarsis ideal de Hitler. Charlot no mata a su adversario por el ridículo; en la medida en que intenta hacerlo la película flojea; lo aniquila creando frente a él un dictador perfecto, absoluto y necesario con respecto al cual somos absolutamente libres de todo compromiso histórico y psicológico. En realidad nos hemos librado de Hitler por el desprecio y la guerra, pero esa liberación implica en su mismo principio otra esclavitud. La experimentamos aun en ese momento en el que todavía nos preocupa la incertidumbre en torno a la muerte de Hitler. Y no nos libraremos de ella hasta que deje de suponer para nosotros un compromiso, hasta que el mismo odio carezca ya de sentido. Hynkel, en cambio, no nos inspira odio, ni piedad, ni cólera, ni miedo. Hynkel es la negación de Hitler. Disponiendo de su existencia, Charlot la ha rehecho con el fin de aniquilarle.

He hablado hasta el momento en sentido absoluto. Por desgracia, no es del todo cierto que Charlot haya triunfado en esa transfusión de ser. En mi opinión no la logra totalmente más que una vez, durante la danza con la bola del mundo. Se aproxima durante el discurso en que le imita fonéticamente, pero el recuerdo que tenemos de Hitler en su tribuna de Munich puede más que la parodia y hace perder toda su fuerza a la operación. Y es que en ciertos dominios Hitler se ha imitado a si mismo con mas talento que Charlot y en ellos detenta aun el cuño de su personalidad. En los montajes de Capra, Hitler posee incontestablemente una realidad más ideal, menos accidental todavía que Hynkel.

Vemos con claridad que el ridículo nada tiene que ver en el asunto. En las películas de Capra nos reímos de Hitler, pero esa risa no excluye ni nuestro miedo ni nuestro odio; no nos libera de nuestro compromiso. Creo en consecuencia que es un error pretender que la endeblez del filme se deba a su anacronismo y a que no podemos reírnos a gusto de un hombre que ha hecho tanto daño. Es cierto que en 1939-1940 los gags nos hubiesen parecido divertidos, pero solo en la medida en que Charlot ha errado el golpe, en que la parodia no trasciende el ridículo y se queda en un nivel en el que Hitler puede defender su existencia frente a Hynkel. No es lo cómico lo que hay que impugnar, es la fuente misma de la comicidad y la altura metafísica en que se sitúa. Ésta puede quedarse en la zona de nuestros sentimientos históricos: la de la criatura, del ridículo o de la ironía, pero puede también elevarse hasta el Olimpo de los Arquetipos. Del mismo modo que Júpiter metamorfoseado en Diana vuelve sobre sí los sentimientos de la ninfa Calipso, Charlot vuelve sobre Hynkel nuestra creencia en Hitler. Transferencias semejantes son solo posibles en esta confusión mitológica de las apariencias y del ser. La creación original suele hacer del artista un demiurgo. La existencia de Fedra, Alcestes o Sigfrido es definitiva y ningún otro dios puede arrebatársela. Las relaciones entre Charlot y Hitler son un fenómeno excepcional, tal vez único, en la historia del arte universal. Charlot ha pretendido crear con Hynkel un ser tan ideal y definitivo como los de Racine o Giraudoux, un ser independiente incluso de la existencia de Hitler, un ser con una necesidad autónoma. Hynkel podría en ultimo extremo existir sin Hitler, ya que ha nacido de Charlot, pero Hitler no puede hacer que Hynkel deje de existir sobre todas las pantallas del mundo. Es él quien se convierte en el ser accidental y contingente, alienado en suma de una existencia de la que el otro se ha alimentado sin quedar en deuda y que aniquila al absorberla. Este robo ontológico descansa en último término sobre la efracción del bigote. El gran dictador, sin duda, habría resultado imposible si Hitler hubiese sido imberbe o se hubiese cortado el bigote a lo Clark Gable. Todo el arte de Chaplin nada hubiera conseguido, ya que Chaplin sin su bigote deja de ser Charlot, y era preciso que Hynkel procediera tanto de Charlot como de Hitler, que fuese a la vez el uno y el otro para no ser nada, es decir, la exacta interferencia de los dos mitos que los aniquila. Mussolini no es anulado por Napoloni, es tan solo caricaturizado; puede ser además que tenga tan poca existencia como para ser asesinado por el ridículo. El caso de Hitler es distinto, descansa sobre las propiedades mágicas de ese retruécano piloso. Y habría sido inconcebible si Hitler no hubiese cometido primero la imprudencia de parecerse a Charlot en su bigote único.

No es el talento del mimo, ni siquiera el genio de Chaplin quien le autorizaba a rodar El gran dictador. Era solo ese bigote. Charlot ha esperado todo el tiempo que ha sido necesario, pero ha sabido recobrar lo que le pertenecía.
¡Poder del mito: el bigote de Hitler, justamente el bigote, era verdadero!"

Publicado en "Esprit" en 1945, este artículo apareció de nuevo en "Qu'est-ce que le cinema?", 1.1, pags. 91 a 95

El hombre de la cámara (Dziga Vertov, 1929)



Siempre me han atraído las teorías del montaje de los cineastas rusos. También me parecen interesantes las obras que muestran una realidad con pinceladas, con planos de cosas variadas de la ciudad, detalles de ornamentaciones, miradas, composiciones geométricas... Me parece una forma de captar y mostrar la belleza. Pero para Vertov lo importante no es plasmar esa realidad, sino crear una nueva. Hay  en El hombre de la cámara un gran cuidado en la presentación formal, que deja ese referente real vacío de significado. No emplea los recursos del cine para atrapar la belleza del mundo sino la belleza del medio. Vertov hace saltos mortales con la cámara, exprime todas las posibilidades técnicas con un resultado un tanto apabullante. Demasiadas piruetas, en mi opinión.
Este tipo de películas nos parecen comunes en cierta medida en nuestra época. Los montajes rápidos y protagonistas son utilizados en videoclips, vídeos corporativos, cintas experimentales... Pero, realmente Vertov fue vanguardista en el sentido original de la palabra.
Me llama mucho la atención ese componente metaficcional, la comparación (o mejor dicho, confrontación) de la vida cotidiana y la producción y montaje cinematográfica. Son muy interesantes los pasajes del montaje en que se muestra el celuloíde seguido de la imagen en movimiento. También tiene un gran atractivo el montaje de trabajadores y mujeres arreglándose con la montadora del filme, que va revelándose a sí mismo.

Una obra que queriendo ser una "sinfonía" de la ciudad, acaba siendo un poema barroco sobre el medio. Vertov parece querer presumir de todos los logros que es capaz de conseguir, de todos los juegos visuales; como ese alumno pedante que emplea palabras incomprensibles para impresionar. Y al principio lo consiguió, pero pronto sus profesores decidieron echarle de clase. Por formalista. Por no poner su habilidad al servicio de la ideología, por querer jugar a solas en el recreo.

viernes, septiembre 16, 2011

Das Kabinett des Dr. Caligari (Rober Wiene, 1920)



Qué difícil acertar con la reedición de las películas. Dudo que en la Alemania de comienzo de siglo acompañaran las películas expresionistas con música Jazz y con toques de Rock. Y no creo que ese tipo de música sea muy acertada para lo que una obra así supone.
Pero al margen de la versión que he visto, he de reconocer que la película es bastante atractiva, aunque solo por la estética. Una película expresionista, muy parecida a las obras de la Alemania de entreguerras. Pero un expresionismo demasiado formalista. A diferencia de otra película de la época como es Metropolis, El gabinete del doctor Caligari se prodiga mucho en la forma pero con menor lucimiento. Se queda corto en lo visual, pribablemente por falta de medios económicos; pero sobre todo se queda corto cinematográficamente. No hay nada en Caligari que nos haga creer que eso que vemos es real. Así como Metropolis, a pesar de un exceso formalista que a mí particularmente no me atrae, nos hace tomar por real lo que vemos proyectado, El gabinete se aleja mucho de esa magia del cine.

jueves, septiembre 15, 2011

El acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein, 1925)

 
1925. Aniversario de la revolución rusa de 1905. El comunismo ha triunfado en el país. El cine se ha convertido en un arma, un arma intelectual. Luchemos, apoyemos al Partido con la imagen, pero no como lo hizo Griffith, hagámoslo bien. Comprendamos todos y cada uno de los mecanismos y engranajes de nuestro rifle. Eisenstein desarrolló toda una teoría del cine. Centrado en el montaje y su funcionamiento dialéctico. Siguiendo los experimentos de Kuleshov y llevándolos más allá, dirigió (bastante dirigió) El acorazado Potemkin.
No se habían utilizado antes tantos planos, tantos encuadres diferentes, aplicados  a la narración. Si ya Vertov había trabajado con el potencial del montaje para hacer una "sinfonía" de su ciudad y su cine; Eisenstein lo pone al servicio de una historia. Aunque más bien lo pone al servicio de una ideología. Con el montaje del filme quiso dirigir las mentes de los espectadores hacia donde él quería. Y, realmente, lo hace con maestría. Ahora nos resulta algo burdo el proceso de "adoctrinamiento" con metáforas visuales, pero en su momento enfervorecería a las masas. El montaje de colisiones lleva al espectador de la mano durante toda la cinta. Pero no es solo un adoctrinamiento para los camaradas campesinos o trabajadores. El estilo poético, más que narrativo, tiene un gran atractivo. Las fuerzas en colisión son también los elementos formales: las masas, líneas, direcciones... Y hace que casi cada plano quede clavado en la retina, en la mente. El pequeño paso entre los actos II y III, en la bahía, resulta magnífico. Un momento para contemplar la belleza  antes de llegar al momento álgido de la película: la secuencia en las escaleras de Odesa.

Cada plano tiene un fuerte apelativo. Esos rostros sonrientes sacados de los carteles de propaganda soviética ("Camaradas, uníos"), las botas y sombras amenazantes de los carteles de guerra, caras de hombres y mujeres normales, de trabajadores, de compañeros. La tensión de la escena se muestra en los ojos de cada personaje (todos personajes principales) que con gran naturalidad actúan o viven lo que allí sucede.
¿Demasiado dirigista? Sí. Pero con gran acierto y virtuosismo. A mí, me ha dejado con la boca abierta.

martes, septiembre 13, 2011

Candilejas (Charles Chaplin, 1952)


Desgarradora. Tan llena de amargura. Como una despedida, un suicidio en pantalla. No fue su última película, pero Chaplin pensaba que podía serlo. Y acostumbrados al dulce y vital Charlot, nos asustamos al ver a Calvero, un viejo cómico que ha perdido su gracia, que ha perdido su público. La película, desde el primer momento, muestra ese rastro de lo que fue una estrella. Ese polvo de un astro que ya apenas brilla pero que desea lanzar un último destello antes de consumirse. Unas Candilejas que se apagan. Mantiene su apariencia de lozanía, nada más alejado de la realidad. Cada mirada del viejo Chaplin, perdón, Calvero; es un grito de agonía, un tirón desesperado y postremo. Chaplin, perdón, Calvero; ante una sala vacía. Chaplin, perdón, Calvero; aferrándose a un amor falso y que se sabe falso. Chaplin en una última función que será decisiva. "Si vuelven a decir que como en los viejos tiempos...", Buster Keaton también se une al último canto del ave, otro viejo y desplumado faisán. Otro cisne, abandonado, abre el pico para el último y grácil canto. Un canto que desaparece bajo una sábana blanca, bajo una tela de pantalla. Vemos un bigotito asomar como por arte de magia. Vemos unos panecillos danzar llorando. Unas florecillas blancas cabizbajas. Charlot, Chaplin, ha muerto.




Al comenzar a ver esta obra se percibe ese brillo triste de un Chaplin que ya no es un vagabundo. Pero poco a poco se va percibiendo ese grito que, con la boca cerrada, lanza a los Estados Unidos. La caza de brujas de la posguerra iba tras el gran comediante. Chaplin, abandonado, rechazado. Un Chaplin incomprendido que no ha sabido coger su propia voz. Y es en el número final con Keaton, mudos los dos, cuando más brilla. Chaplin dedicó mucho tiempo a su película, compuso la maravillosa música... Su última voluntad. 

jueves, septiembre 08, 2011

Les parapluies de Cherbourg (Jacques Demy, 1964)


Ahora que estoy estudiando cine más a fondo empiezo a temer aquello que nos decía un profesor en segundo: "mi misión es que sus amigos no quieran ir con ustedes al cine". Estoy recuperando el tiempo (cinematográfico) que he pedido, haciendo un intensivo de historia del cine. Con visionados complementarios de todo tipo de ciclo de cine que se presente. Y empiezo a ver cosas que jamás pensé que vería. Como Los paraguas de Cherburgo.
Nouvelle Vague francesa. Jóvenes con gran cultura y amor por el cine se ponen tras las cámaras, con nuevas propuestas. Quieren reformar el cine, no desde la rebeldía (sí que hay cierta rebeldía social y formal, pero no como un odio hacia lo anterior), sino desde el afán de dar un giro. El director del filme reforma los musicales americanos clásicos, incluyendo un cambio social (no se trata de una historia de amor con happy ending y luces de colores) y un cambio en los esquemas narrativos clásicos. Lo que se ve en la pantalla es la vida misma. No hay un héroe con una misión y unos obstáculos, simplemente personas con sus luchas y dudas. Temas profundos, cargados de una gran humanidad, y envueltos en una peculiar musicalidad. La película es musical, sin referirse al género establecido, o más bien, como el mismo director lo definió: cine cantado.


Iluminación en clave alta, no como convención, sino como estilo propio y quizás una cierta admiración hacia la tradición. Los colores vivísimos junto con la música continua crean una cierta sensación de ensoñación. No suceden muchas cosas (en la vida tampoco) y, éstas, suceden con gran normalidad. Los diálogos tienen un gran sabor a calle, a hogar. Una discusión con la madre como la que tiene cualquiera en su casa, incluso interrumpida por un despistado inoportuno que no deja de ser un mero detalle sin valor. No todo en la película tiene un porqué, como tampoco la vida lo tiene. Me ha parecido una película muy interesante, incluso la volvería a ver, cosa que no digo con bastante frecuencia. Eso sí, soy consciente de que a muchos puede parecer cursi, tediosa o irrisoria. Pero esa combinación de la mágia y luces del cine con situaciones tan de la vida misma me ha fascinado.

Buried (Rodrigo Cortés, 2010)



Hacía mucho que una película no me atrapaba tanto. Cada minuto de metraje de Buried se vive como el mismo protagonista. O si no como el protagonista, como alguien cercano. Cuando se estrenó la película, se comentaba la increible capacidad de mantener una hora y media de tensión en un mismo escenario. Toda la película se desarrolla en el interior de un ataúd o caja de madera. Ese mantener la tensión me recuerda a la unidad de acción del teatro clásico: una localuzación, un periodo de tiempo único y una acción única. Quizás sea esa unidad lo que lleva a esa gran identificación. Estamos igual de presos que Paul, el mismo tiempo más o menos, y actuamos casi con él. Es sorprendente el diseño de sonido, que abre ese cajón y nos lleva a varios escenarios y situaciones distintas solo a través del oído. Los planos y fotografía ayudan a crear esa tensión también, pero ya hemos visto el rostro del joven conductor muchas veces, aunque no le escuchamos indiferentes en ningún momento. Sería interesante solo escuchar esta película, pribablemente captaríamos casi la totalidad de la historia. Pero Buried no es simplemente un artificio técnico. Las personas presentadas en el filme no son los típicos personajes planos propios de los thrillers. Aunque intervienen unos escasos minutos y no evolucionan en las dos horas de cinta, percibimos en cada uno la complejidad del ser humano. Una película muy recomendada, en resumen.

miércoles, septiembre 07, 2011

Metrópolis (Fritz Lang, 1927)


Fritz Lang dirige esta película, claro ejemplo del futurismo y expresionismo cinematográfico. Alemania, tras la Primera Guerra Mundial se convierte en uno de los grandes productores de cine. La UFA fue una de las grandes productoras a nivel global. Contaban con numerosos directores y cineastas. Los grandes del arte vanguardista tan en boga ponían sus manos en el cine. Así, la estética que se mostraba en la pantalla seguía los derroteros que el arte pictórico había tomado.
Metrópolis, a diferencia de muchas obras de esa época, contó con muchos medios materiales. La película resulta imponente. Destaca, en especial, la dirección artística. La ciudad de Metrópolis, el barrio subterráneo, no son meros decorados, sino obras arquitectónicas. El imponente imperio del Señor Fredersen, se logró con un juego de espejos y sobreimpresiones muy avanzadas para la época. La forma, el estilo es lo que hace a esta película innovadora, pero la estructura narrativa sigue los cánones ya establecidos. De ahí que a muchos no parezca una obra tan puntera en la historia del cine, aunque ha sido una de las obras más influyentes en muchos aspectos. La imagen del robot es aún un símbolo del futurismo y el modernismo (Y la estética pudo inspirar a Orwell para su libro 1928)



domingo, septiembre 04, 2011

The birth of a nation (D.W. Griffith, 1915)


Es bastante frecuente recordar esta película como una apología del racismo. "La película de los del Ku Klux Klan". Pero El nacimiento de una nación es una obra que marca un nuevo estilo, dirige el cine hacia lo que hoy es. En películas anteriores la narrativa cinematográfica aún no estaba establecida. Para nosotros es normal el lenguaje del cine, llevamos casi un siglo de tradición y hemos aprendido a leer las películas. Estamos habituados a los planos, al montaje. Sabemos que un primer plano quiere enseñar de cerca, no es una cabeza cortada. Entendemos que ese paisaje seguido de unos ojos es el que el protagonista ve. Pero el cine no nació con ese lenguaje.
Las películas anteriores a la obra de Griffith se acercaban más al teatro y su milenario tradición narrativa. Griffith es considerado como uno de los padres de la narrativa cinematográfica. Él puso las bases. Por eso, a un espectador actual, esta película le parecerá menos extraña que una de Méliès. Nos parecen antiguas las formas de interpretación, se hacen excesivas las tres horas de metraje, nos parecen un poco arcaicas sus técnicas visuales, pero reconocemos algo del cine al que estamos acostumbrados.


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