Madrid, doce del mediodía, un calor sofocante. ¿A quién le puede apetecer una visita al Prado tras una noche entera en vela? A mí desde luego que sí.
El museo está a rebosar. Vamos casi corriendo, el tiempo es escaso y queremos verlo todo. En cada esquina una nueva sorpresa. Recorremos pasillos sin una dirección aparente hasta que de repente, nos “chocamos” con Las Hilanderas de Velázquez. Pausa y silencio. Procuro acercarme lo más posible, estoy tan cerca que he de controlar mis manos que luchan por tocar el lienzo.
He estudiado cada personaje, cada ángulo de ese cuadro y ahora, ¡por fin!, lo tengo delante. Todos los esquemas que tenía en la mente se descolocan. ¡Estás ante el cuadro original! Prácticamente me he olvidado de dónde estoy, de que hay gente empujándome. El cuadro parece hablarme, me susurra al oído. ¿Qué me dice? Eso queda entre Velázquez y yo.
Oigo a mis espaldas otra voz familiar. No es ningún pintor, es mi profesora de arte explicando el cuadro. Prefiero que sea el artista quien me descubra cada uno de los secretos de la obra. Mi profesora me toca suavemente el hombro y casi como en un susurro me dice que nos estamos moviendo. ¿También le hablará Velázquez a ella? Pensaba que yo tenía la exclusiva.
Vamos recorriendo más y más pasillos. Rubens, Rembrandt, Ribera, el Greco… A cada paso que doy una alegría mayor que la anterior.
Otra vez Velázquez. ¿Estamos dando vueltas? ¡Las Meninas! Repito lo que llevo haciendo toda la mañana y me “planto” frente al cuadro. Me siento muy pequeña, de tamaño y edad. ¿Cuántas personas habrán visto este cuadro? ¿Qué pensaría la Infanta Margarita al verse ahí? Si las miradas desgastaran los cuadros…
Terminamos con Goya. Tras recorrer este paraíso los libros de Arte no tienen ya tanto encanto. Quisiera poner un banco delante de mis obras preferidas y quedarme ahí el día entero.
Tengo que volver aquí, es maravilloso. Hay gente que pasa delante de los cuadros como si fueran un póster, ni los miran. Quiero gritarles. ¡Que se fijen! Siglos de Historia les contemplan desde eso marcos. Quiero un pincel, un lienzo, quiero… No. ¿Para qué? Me contento con tener ojos. Acabo de darme cuenta de que casi no he hablado. Me pican los ojos, ¿habré parpadeado? Creo que se me ha olvidado.
¿Cómo? ¿Ya nos vamos? Una última visual y salgo mirando al suelo, si no creo que mi profesora no podrá sacarme de aquí. Adiós. Volveré, te lo prometo.
Imagen: Deia.com
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