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Esta sí que es una gran historia. La gran historia de la humanidad.
Porque el cine está lleno de magníficas historias e imágenes. Meters and meters of celluloid stories.
Hay profesores que se mojan, hasta el fondo, por sus alumnos. Lo más importante deja de ser la materia, para ser cada persona. Quieren que cada uno mejore, que cada uno luche. Y tienen fe en que esos muchachos llegarán lejos, pondrían la mano en el fuego por ellos.
Por suerte, tengo uno de esos profesores. Quiere sacarle partido a cada palabra que dice. ¡Piensen, piensen! Porque lo que le importa no es que aprobemos sino que saquemos matrícula de honor como personas. Y el último día lo dice muy claro.
Os animo a que peleéis por conseguir vuestra voz. ¿Y eso cómo se hace? Con convicción, con criterio, con amor a la verdad, con saber reconocer cuando os equivocáis, con saber reconocer al enemigo cuando tiene razón y, en definitiva, no instalándoos en la comodidad sino peleando por cambiar.
No quiero que os quedéis con una imagen deprimente, lo que quiero decir es que todo esto de aquí, todo de lo que hemos hablado, tiene solución y la solución está en vosotros. No del todo, puede ser, pero sí en gran medida.
Tenéis que conseguir ser gente de criterio, gente de convicciones. Gente que se empeña en la argumentación y que no soltéis un sofisma. Porque, en definitiva lo que necesitamos ahora en el siglo XXI es personas que sean capaces de cambiar el mundo para bien, para mejor, para que sea cada vez un mundo más justo, para que sea cada vez un mundo mejor donde triunfe el bien, la verdad y la vida.
- Pide un deseo y sopla.
Irene sonrió, cerró los ojos y sopló con delicadeza la titilante llama de la torcida y desvencijada vela azul. Una vela por la que Francisco había sacrificado un paquete de cigarros. Pero era el cumpleaños de su mujer y cualquier privación resultaba insignificante.
- Ya sé que no es lo máximo pero… Feliz cumpleaños – musitó Francisco.
Su voz inundó la cabeza de Irene. Recordó la margarita que le había regalado un Francisco cubierto de pecas y con pantalón corto. La rosa que le envió dos años atrás y los guantes del septiembre pasado. Unos guantes que aún conservaba tal y como los recibió. Incluso guardaba la cajita aterciopelada que había ocultado Francisco en el interior. Se acordó del mareo que le invadió al encontrar la cajita, de cómo había llorado y contestado sin dudar: “Claro. ¿Por qué has tardado tanto en pedírmelo?”.
Ese cumpleaños era distinto. Ya no había tarta, ni regalo, ni luz. En aquella pequeña habitación interior hacía tiempo que no entraban los rayos del sol. Las colchonetas, dobladas por la mañana, les servían de asiento y un cajón de madera pálida cumplía la función de mesa. Sí, no era el mejor cumpleaños de su vida. Llevaban dos meses escondidos en aquel ático de Madrid y la situación parecía no mejorar. El bullicio de las calles llegaba hasta el quinto piso del número doce de la calle Diego de León. Los disparos se repetían, los gritos, las blasfemias… El repicar de las campanas de los bomberos remplazaba la de los conventos e iglesias que no eran ya más que ceniza y rescoldos.
La guerra civil devoraba todo a su paso. Convertía ciudades y personas en dolor, violencia y destrucción. Francisco temía que los encontraran. Los miembros de la CEDA se habían convertido en objetivo prioritario para los comunistas que controlaban las desiertas calles madrileñas. Pero habían decidido huir a Francia cruzando los Pirineos. Y su aventura comenzaría ese mismo día al anochecer.
No había luna. Irene se cubría con su abrigo negro como si quisiera confundirse con el pavimento. Francisco corría a grandes zancadas delante de ella, guiándole. Un coche los esperaba al final de la calle. Irene cerró la portezuela del automóvil y se acurrucó junto a su marido. Tomás, el conductor, pisó el acelerador y desaparecieron entre la bruma.
- Francisco, no podré llegar al otro lado.
- Claro que sí. Si hace falta te llevaré en brazos.
- No hagas como si fueras Hércules. Perdón, no quiero ser negativa pero… Bueno vamos allá. No entiendo como podéis ir siempre con pantalones, es incomodísimo.
- Estás estupenda. ¿Qué tal van tus pies?
- Mejor pero estoy agotada.
El guía francés les ordenó callar. Llevaban más de una semana con aquel hombre y todavía no habían conseguido entablar ninguna conversación. Cuando se irritaba su estrecho bigote negro se estremecía, cerraba los ojos y arrugaba la nariz respingona. Pero a pesar de sus frecuentes enfados parecía amable. Y era quien les guiaba a Francia. El camino era largo y, en ocasiones, se veían forzados a dar un rodeo para evitar un control de los milicianos.
El silencio de la noche fue interrumpido por un leve susurro. Francisco e Irene se estremecieron.
- Atravesamos ese monte y llegamos a Francia- dijo el francés con su peculiar acento.
Francisco e Irene se miraron fijamente, la meta estaba próxima. Los ojos de la joven brillaban embargados de emoción. Todos los sufrimientos llegaban a su fin, la cima se encontraba a unos pasos. El sol comenzó a aparecer en la lejanía inundando los valles, llenando sus corazones de esperanza.
En la luz dorada del amanecer, se detuvieron para ver su tierra por última vez.
-¿Volveremos? - murmuró Irene.
- Volveremos- replicó Francisco.
Y en los años que siguieron, esa palabra señalaría sus destinos: volveremos, volveremos...
Dith Pran, fotoperiodista autodidacta y superviviente del genocidio en Camboya, falleció el domingo 30 de marzo en un hospital de Nueva Jersey (EE.UU.), víctima de un cáncer pancreático. Su odisea inspiró en 1984 la película The killing fields (Los gritos del silencio), premiada con el Oscar. Aquel filme y el activismo político de Pran desde el exilio norteamericano lo convirtieron en el rostro público de la denuncia internacional del régimen de los jemeres rojos, una demencia revolucionaria que entre 1975 y 1979 costó la vida a casi dos millones de personas.
Nacido en 1942, Pran trabajó como traductor de los militares estadounidenses, en los años sesenta, y a principios del decenio siguiente empezó a ejercer de asistente de periodistas extranjeros, entre ellos el corresponsal de The New York Times Sydney H. Schanberg, con quien le uniría una amistad fraternal. Pran salvó la vida a Schanberg y a otros dos reporteros extranjeros cuando el grupo fue detenido por jemeres rojos que querían fusilarlos. El asistente camboyano no pudo evitar, sin embargo, ser enviado al brutal experimento reeducador agrícola diseñado por el caudillo Pol Pot.
Centenares de miles de personas fueron obligadas a trabajar en el campo bajo unas condiciones inhumanas. Pran hubo de ocultar sus lazos con los norteamericanos, se deshizo de su dinero para evitar sospechas y se hizo pasar por campesino. “Para sobrevivir, tienes que fingir que eres estúpido, porque no quieren que seas inteligente -explicó hace sólo unas semanas, en una emotiva entrevista concedida en la cama, desde el hospital-. Piensan que la gente inteligente los destruirá”.
Pran estuvo a punto de ser ejecutado por robar comida. La dieta era una simple cucharada de arroz al día. La gente, hambrienta hasta el límite, se veía forzada a comer insectos y ratas, y hasta a alimentarse de cadáveres de recién ajusticiados. Cincuenta familiares de Pran murieron en esos años, entre ellos un hermano, que los jemeres lanzaron a los cocodrilos.
En 1979, después de que los vietnamitas derrocaran al Gobierno de los jemeres, Pran temió ser objeto de represalias y logró huir en dramáticas condiciones a Tailandia. Desde allí contactó con su amigo Schanberg, que no sabía de su destino y que voló inmediatamente a Bangkok para ayudarle. Pran inició entonces una nueva vida en libertad en Estados Unidos. Trabajó como fotoperiodista para The New York Times hasta su jubilación, hace sólo un año. Paralelamente fue muy activo en denunciar las monstruosidades de Pol Pot y en alertar sobre todos los horrores genocidas que han seguido después, en Ruanda, Bosnia o Darfur.
Tanto Schanberg como el director de The New York Times, Bill Keller, rindieron homenaje a la categoría humana de Pran y a su instintiva profesionalidad, cualidad que comparten muchos colaboradores locales de los grandes diarios. Schanberg recordó la singular teoría de Pran sobre el fotoperiodismo: “Tienes que ser como una piña. Debes tener cien ojos”. Keller dijo que el fallecido “nos recuerda una categoría especial de heroísmo periodístico, el colaborador local, el stringer, el intérprete, coger, que conoce el terreno, que posibilita tu trabajo, que a menudo se convierte en tu amigo, que puede salvarte la vida, que comparte poco de tu gloria y que se arriesga tanto como tú”. Ya muy enfermo, el único deseo de Pran fue acabar con los genocidios: “uno solo ya es demasiado. Si pueden hacer eso por mí, mi espíritu estará feliz”, agregó.
Imagen:Cbc
Historia: Eusebio Val en La Vanguardia (martes, 1 de abril de 2008)
NARRADOR.- Erat picola domus in medio silva. Volucres coeli canebant cum laetitia. Flores pulchras ornabant prados.
MADRE.- ¡Caperutia!, ¡filia mea! ¡rapaza mea!, ¡Fragmentum cuore meo! ¿Ubi estis?
CAPERUCITA.- Ecce ego, cum ovejis campestres.
MADRE.- Veni, veni vade in domo abuelita tua ¿non gnosces que infirmissima est cum catarro in cama? Oportet portare quequmque bocata.
CAPERUCITA.- Vado festinans, mater mea.
NARRADOR.- Et capiens cestam magnam cura mei, inmensam tartam olivas, et multum kleenex, et vicks vaportubs et alicuias ceteras viandas, fuit.
MADRE.- Caperutia, vigilat! Lupus est feroris tamquam leo rugiens buscat quem devoret.
NARRADOR.- Caperutia fuit cantante in domo abuelitae.
CAPERUCITA.- ¿Quem timet lupus feroces, ad lupus, ad lupus? (Bis) ¡Oh! ¡Lupus!
LOBO.- Quo vadis, Caperutia?
CAPERUCITA.- Vado domo abuelitae portare piscolabis et famacopea catharrensis.
LOBO.- Ah! Capisco! Ego cognosco duas vias. Una breve, et altera longissima. ¿Voles que faciamus “ONE RALLY”? Ego vado per viam longissima, et tu vadis per viam breviorem. OK?
CAPERUCITA.- Lupus dixis iatra est.
LOBO.- Trola magna tragata est! Ista puella tonta est!
NARRADOR.- Caperutia, plus ingenua quam cubo, fuit viam chapurreantis exitus postremos eurovisiones:
CAPERUCITA.- (cantanto) Pusila tralarala, stellas fur te in caelo reverberantur…
NARRADOR.- Intratamtum, lanzatus est lupus in carrerum velocite, sicut descosibus et arribatur est in domo abuelitae antes quam Caperutia. Lupus pulsant automatico guardaportam et audivit per interfono.
ABUELITA.- Quid est?
NARRADOR.- Fingiens voce cursi clamavit:
LOBO.- Sum nepotita tua, Caperutia Ruber.
ABUELITA.- Pulsa et intra, porta aperta est.
NARRADOR.- Lupus, magnis zancadibus plantatus est in narices abuelita cum fauces suas superapertas sicut anuncio Profident.
LOBO.- AAAAAAH!
NARRADOR.- Et manducavit illam. Ponit camisonis et cofia et lentes. Et introibit in camam abuelitae.
Venit puella et ignorant omnia que facta est. Pauper puella ! Pulsabit guardaporta et interrogat.
CAPERUCITA.- Abuelita, ubi estis? Porto te multas manducas.
LOBO.- Intra, intra.
NARRADOR.- Dixit lupus in grave voce.
Videns abuelita su il suo cuore dedit vuelcum impresionantes in pectore suo.
CAPERUCITA.- Abuelita, quia semejans vocem cavernicola habes?
LOBO.- Nepotita, mea nepotita, ita dico ut escuches multo mellior.
NARRADOR.- Illa suspiravit.
CAPERUCITA.- Abuelita mea, quia oculos habes magnos sicut valam et salientes sicut besugus?
LOBO.- Nenita mea. Illorum sunt per videre hermosura team.
CAPERUCITA.- Yes, yes, abuelita mea, sed tantos pelos in faciem tuam…
LOBO.- Sunt per manducarte molto mellior.AUGH…!!!!!!!!!!
NARRADOR.- Caperutia Ruber dixit in se: “pedes, para qué os volo?
CAPERUCITA.- Cazadorum, dominus cazadorum. Sálvame ab inimico meo! Salus mea sit!
CAZADOR.- Vado presto, little puella. Escuchet barullo et veniat pacá.
NARRADOR.- Pulsavit gatillum in direccionem lupus. Et mortum est qui non respirat. Apertas tripas luporum, abuelita sua sortit plus laetas quam castañuelas. Estiravit brazos suos et animavit omnes cantatem cum illa...
Amen
(the End)
Imagen: María del Rincón
Madrid, doce del mediodía, un calor sofocante. ¿A quién le puede apetecer una visita al Prado tras una noche entera en vela? A mí desde luego que sí.
El museo está a rebosar. Vamos casi corriendo, el tiempo es escaso y queremos verlo todo. En cada esquina una nueva sorpresa. Recorremos pasillos sin una dirección aparente hasta que de repente, nos “chocamos” con Las Hilanderas de Velázquez. Pausa y silencio. Procuro acercarme lo más posible, estoy tan cerca que he de controlar mis manos que luchan por tocar el lienzo.
He estudiado cada personaje, cada ángulo de ese cuadro y ahora, ¡por fin!, lo tengo delante. Todos los esquemas que tenía en la mente se descolocan. ¡Estás ante el cuadro original! Prácticamente me he olvidado de dónde estoy, de que hay gente empujándome. El cuadro parece hablarme, me susurra al oído. ¿Qué me dice? Eso queda entre Velázquez y yo.
Oigo a mis espaldas otra voz familiar. No es ningún pintor, es mi profesora de arte explicando el cuadro. Prefiero que sea el artista quien me descubra cada uno de los secretos de la obra. Mi profesora me toca suavemente el hombro y casi como en un susurro me dice que nos estamos moviendo. ¿También le hablará Velázquez a ella? Pensaba que yo tenía la exclusiva.
Vamos recorriendo más y más pasillos. Rubens, Rembrandt, Ribera, el Greco… A cada paso que doy una alegría mayor que la anterior.
Otra vez Velázquez. ¿Estamos dando vueltas? ¡Las Meninas! Repito lo que llevo haciendo toda la mañana y me “planto” frente al cuadro. Me siento muy pequeña, de tamaño y edad. ¿Cuántas personas habrán visto este cuadro? ¿Qué pensaría la Infanta Margarita al verse ahí? Si las miradas desgastaran los cuadros…
Terminamos con Goya. Tras recorrer este paraíso los libros de Arte no tienen ya tanto encanto. Quisiera poner un banco delante de mis obras preferidas y quedarme ahí el día entero.
Tengo que volver aquí, es maravilloso. Hay gente que pasa delante de los cuadros como si fueran un póster, ni los miran. Quiero gritarles. ¡Que se fijen! Siglos de Historia les contemplan desde eso marcos. Quiero un pincel, un lienzo, quiero… No. ¿Para qué? Me contento con tener ojos. Acabo de darme cuenta de que casi no he hablado. Me pican los ojos, ¿habré parpadeado? Creo que se me ha olvidado.
¿Cómo? ¿Ya nos vamos? Una última visual y salgo mirando al suelo, si no creo que mi profesora no podrá sacarme de aquí. Adiós. Volveré, te lo prometo.
Imagen: Deia.com
ESCENA 11
GUIDO: ¡Fácil! El pollo se sirve entero y boca arriba. << ¡Córtemelo!>> << ¡Enseguida!>> Primero, sujeto el pollo, hinco el cuchillo bajo el ala y separo el muslo. Luego penetro la carne y sigo a lo largo del esternón… Fuera alas y pechuga, fuera piel…
EL TÍO: ¡Langosta!
Una chispa de pánico ilumina los ojos del aprendiz de camarero.
GUIDO: Hinco la piel bajo el ala…La langosta es un crustáceo. Fuera costra… (Duda) ¡Fuera antenas! La langosta se nos ha terminado. Pero tenemos pollo, ¿quiere pollo?
Su tío lo observa perplejo.
GUIDO: ¡La langosta, tío, no la recuerdo!
EL TÍO: La langosta se sirve tal y como sale de la cocina. No hay que tocarla.
GUIDO: Es demasiado fácil, por eso no me acordaba.
EL TÍO: ¡Continúa!
Guido opta al instante la pose de un paje de la corte […]
GUIDO: Comportamiento: posición en espera. ¡Camarero! ¿Sí? ¡Camarero! ¿Sí?
La inclinación: ¡muy fácil! Manos acariciando la cadera…vas bajando…y…y saludas, y te mueves para allá, y bajas como si fueras una botella de champán… cuarenta y cinco grados…hummm, cincuenta… no…
Inclina la espalda y se agacha completamente.
GUIDO: …No, ¡más de noventa grados! ¡Ángulo recto! Hay que demostrar que somos… Pero ¿cuántos grados debe tener el ángulo, tío?
EL TÍO: Observa los girasoles, se inclinan hacia el sol. Pero si ves uno excesivamente inclinado, es que está muerto. Tú estás sirviendo, ¡pero no eres un sirviente!... Servir es el arte por excelencia. Dios es el sirviente supremo… Dios sirve a los hombres pero no es sirviente de los hombres.