viernes, octubre 21, 2011

A Hugo

"We have esthetic enjoyment only if the author somehow makes it perfectly clear to us that those things do not belong to our real surroundings and exist only in the world of imagination. The extreme case comes to us in the theatre performance. We see there real human beings a few feet from us; we see in the melodrama how the villain approaches his victim from behind with a dagger; we feel indignation and anger; and yet we have not the slightest desire to jump up on the stage and stay his arm".
Hugo Münsterberg. The Pshycology of the photoplay.



El joven doctor observaba a la muchacha fallecida con cierto asomo de pena, de compasión y, quizás, un poco de culpabilidad. Se dejó caer en la silla junto a la cama de la difunta, de espaldas a la puerta que comunicaba con la habitación contigua. Sacó un cigarro y con un rápido movimiento de muñeca, encendió la cerilla y el cigarrillo casi a la vez. Aspiró el humo con ganas, nervioso e intrigado. Contemplaba la pálida figura sin pestañear. Parecía querer estudiar las causas de su muerte a través de las sábanas, a través de su camisón blanco. Tan absorto estaba pensando en el misterio, que no percibió la sombra de un hombre que se proyectó a su lado. No reparó en que la puerta de comunicación no había sido cerrada por la policía, y no cayó en la cuenta de que el marido de la joven había desaparecido hacía un rato.

El hombre se acercaba sigilosamente hacia el joven y apuesto médico. Un reflejo metálico en su bolsillo, una mano se levantó despacio, blandiendo un cuchillo.

-¡Nooooo!- vociferó Elena con histerismo.

Decenas de cabezas se volvieron hacia la chica de la fila veinticuatro llenas de enfado. Elena, se tapó la cara, por miedo y por vergüenza. Su amiga le golpeó con el codo. Una lágrima saltó sobre la sonrojada mejilla de Elena.

-Shhhh-le increpó un hombre sentado detrás de ella.

Parecía que llevaba más de diez minutos intentando ocultar sus rojas mejillas. Pero en la oscuridad de la sala nadie parecía percibirlo. Bueno, una persona la miraba fijamente. Elena, retiró las manos de su cara, para ver al marido homicida parado, con el cuchillo en alto y la mirada, tierna, clavada en los ojos de Elena. Cuando sus miradas se cruzaron, el hombre se sonrojó, más incluso que Elena. Bajó el cuchillo y lo dejó caer sobre la alfombra. No retiraba la mirada de la joven. Elena miró rápidamente al apuesto doctor que se había levantado de la silla y miraba inquisidoramente al viudo. Pero él no se movió. Sus labios se entreabrieron, como si alguna palabra quisiera caer de su boca. El corazón de Elena palpitaba con gran rapidez. Sus ojos corrían de un lado a otro de la pantalla, hasta que la mirada del asesino los atrapó. Otra lágrima escapó de sus ojos. Ya no de vergüenza, sino de tensión. ¿Qué tenía que hacer?

-¡Ha sido usted! Pronto descubriría la causa de la muerte. La ha envenenado, ¿no es cierto?-inquirió el doctor.

Los ojos del hombre pedían auxilio. Sus labios volvieron a cerrarse con fuerza.

-No sabe lo que es el amor, ¡solo la riqueza! Nunca la quiso, solo la sedujo por su fortuna. ¡Es usted un monstruo! ¡Debí impedir ese matrimonio antes! Yo la quería, ¡pero jamás sospeché de sus intenciones! Un hombre así no merece vivir. ¿Acaso su mirada inocente nunca consiguió ablandar su corazón? ¿Es que sus desvelos no tocaban su alma? ¿Es que no sabe lo que es el amor ni cuando lo tiene frente a sí?

El marido miró al doctor, pero enseguida volvió el rostro al frente.

-¿El... el amor?- fueron sus únicas palabras.

Elena se levantó de su asiento. Clavó la mirada en los ojos temblorosos y febriles de ese hombre. Nunca nadie la había mirado así. Su respiración se entrecortó ante los gritos de quienes se sentaban tras ella. ¿Qué sabían ellos de amor? Miró con sufrimiento al rostro tenso de la pantalla. Los abucheos se hacían más fuertes. El doctor avanzaba hacia él. Elena gritó desesperada, clavando con fuerza los dedos en la butaca que tenía delante.

-¡¿Qué?! ¿Qué hacemos? ¿Qué?

Alguien a su derecha intentó sentarla, pero ella se oponía con fuerza. El joven médico sujetó al asesino del brazo y tiró de él, hacia fuera de la pantalla. Se resistía, sin apartar su mirada del frente. El doctor era fuerte, y él tuvo tiempo de ver como una linterna iluminaba el rostro lleno de lágrimas de Elena. Con un último tirón salió de escena. Elena gritaba con fuerza y golpeaba al acomodador y a su amiga. La pantalla se oscureció y durante un segundo los gritos quedaron ocultos en una espesa oscuridad. Hasta que las luces se encendieron y la chica fue sacada de la sala. Cuando se hubo recuperado la calma en el auditorio, volvieron a apagarse las luces y el proyector volvió a liberar su haz de luz. Y el asesino apareció en el patíbulo, con una soga alrededor del cuello. Sus ojos se movían nerviosos hasta que una brusca caída acabó con aquello. Y un enorme letrero cubrió el rostro del ajusticiado: FINE.



2 comentarios:

María Del Rincón Yohn dijo...

Vaya! Gracias, jamás creí poder complacerte!

Lourdes E. Verano dijo...

A mi también me gustó! No sabía que era un link distinto al del blanco y negro. Está padre cómo mezclas las dos realidades :)

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