El cine tiene la capacidad de hacer visible lo invisible. El cine puede también crear imágenes en nuestra cabeza que partan de detalles insignificantes. La película M, el vampiro de Düsseldorf utiliza esas herramientas del cine de forma muy acertada. Toda la película es un "visto y no visto".
En la ciudad de Düsseldorf, un terrible asesino desconocido se ha llevado las vidas de varias niñas, intuimos que de forma brutal. Las calles ya no son seguras y todas las madres sufren cada segundo por sus hijas. La película arranca con un grupo de muchachos jugando y una niña cantando una canción sobre el coco. Más tarde, cuando la niña vuelve del colegio es abordada por una sombra, un hombre que le compra un globo a un ciego y le acompaña por la ciudad. Mientras, la madre espera preparando la comida. Empieza a inquietarse y la gran calma que se respira empieza a ser asfixiante. El hombre silba un fragmento de 'Peer Gynt" de Edvard Grieg. En casa de la mujer no hay ningún sonido. La madre llama a su hija a gritos. En las afueras, una pelota rueda, el globo queda enganchado en los cables de la luz para finalmente perderse en el cielo. Elsie no está, la silla vacía, el ático vacío. Elsie no está. Fritz Lang escribió que la escena no mostraba nada "Forzando a cada miembro individual de la audiencia a crear los detalles espantosos del asesinato según su propia imaginación personal".
Lang hace un magnífico uso del sonido. El film no tiene banda sonora musical, solo hace uso de sonidos de forma no realista y un tanto expresionista. Cuando el asesino habla con la niña no oímos más que unas escasas palabras, sonidos de la calle, largos silencios. Todo contribuye a crear esa sensación terrorífica del film y a hacernos partícipes de la situación mental del asesino. El director recurre también al leitmotiv de Peer Gynt como anticipo de los crímenes.
El actor Peter Lorre realiza un trabajo excelente. Esa imagen de villano amable y de apariencia inocente no era usual en aquellos años. La escena en que Beckert descubre la "M" dibujada en su abrigo ha quedado como una de las imágenes más conocidas de la historia del cine. La escena final del discurso en el juicio es verdaderamente emocionante. El espectador no puede apartar la mirada de ese loco que reconoce no poder controlar sus impulsos. Cada gesto de sus manos, sus ojos y su boca atraen poderosamente la atención.
Os dejo aquí un pequeño reportaje sobre Fritz Lang con entrevistas al director hablando sobre M y Peter Lorre.
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