miércoles, septiembre 21, 2011

El circo (Charles Chaplin, 1928)


Cada vez que veo una película de Chaplin es como si el tiempo se parara, como si me adentrara en otro mundo de la mano de ese vagabundo de los pantalones anchos y el bombín. Todo el mundo conoce a Charlot, se ha convertido en un símbolo cinematográfico. Para mí esa silueta trae un sabor dulce con un final amargo pero que no sabe mal. Las películas de Chaplin parecen gritar ante la incomprensión del mundo, parecen un grito por un mundo mejor y más cariñoso pero que parece imposible de lograr. Sí, Chaplin era un maestro de la comedia, pero con que profundidad hace sus volteretas y caídas.
En esta película, el vagabundo llega al Circo, donde se convierte en una estrella cómica sin quererlo. Y también conoce a la chica de sus sueños, la hija del dueño del circo. He de reconocer que algunas partes de la película resultan un poco tediosas y no muy graciosas, pero hay otras geniales. En la primera categoría se encuentran los primeros ensayos en el circo. Entre los momentos geniales y tan característicos del estilo de Chaplin: el número en la cuerda floja con los monos incluídos y el momento en la jaula del león. Esas dos escenas crean una magia especial en el filme. Nos hacen creer totalmente todo lo que sucede en la pantalla por el gran realismo de estas escenas. Chaplin se mete en la jaula de un león; y lo hace realmente. El león está ahí, y Chaplin también.


Miles de cineastas intentan crear una realidad para sus películas. Algunos consiguen conjurar ese hechizo, esa magia del cine, y crean una ilusión de realidad casi perfecta. Chaplin lo hace (con las limitaciones de los años 20). Otros  hubieran compuesto esta escena de forma más complicada y convencional. Tenemos al actor en un lado, al león en otro. Plano, contraplano. Chaplin, por supuesto, emplea ese recurso, pero para que no sea un truco barato de mago callejero... Se mete en la jaula. Y lo mismo con la cuerda floja. Basta con unas imágenes del vagabundo de cintura para arriba para hacernos creer que está a varios metros sobre el suelo. Pero para que el truco funcione hace falta unos segundos de Chaplin a varios metros sobre el suelo. Así Chaplin se convierte en un auténtico prestidigitador del cine. Un vagabundo capaz de crear realidades, de dar vida a los objetos (como a los panecillos de La quimera del oro), de resucitar a los muertos (Candilejas)... Un genio, profundo, que se ha convertido en un mito y por eso no perecerá. Un genio que se queda siempre atrás, como la escena final del la película, pero que con una de sus patadas recupera las ganas de volver a empezar.Un genio que después de varios años es capaz de darle vida a su película muda, cediéndole su voz ya usada al comienzo de la obra.

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